
POR FABIAN ARIEL GEMELOTTI
Los Ochenta fueron una época muy rara en Argentina. Veníamos de una Dictadura con 30.000 Desaparecidos y una agonía económica. La clase media empezaba a declinar mal. La juventud de los Ochenta escuchaba Rock en inglés. Eran los tiempos de Sumo y Los Abuelos de la Nada. Eran los tiempos del porro y el porrón y los tiempos de los cigarrillos importados de Inglaterra y Estados Unidos, que todavía llegaban al país, consecuencia de la importación que abrió la Dictadura destruyendo la Industria Nacional.
Digo que rara porque la juventud de los Ochenta no era la misma que la de los Setenta: no fue «guerrillera» ni militante de Montoneros ni de la izquierda. Era una juventud distinta, no era Hippie ni creía en «el amor y la palomita de la paz». Los ochenta eran tiempos de Expreso de medianoche (filme setentista pero muy Ochentoso), de Rambo y de Después de hora. Otro cine más nihilista y menos «Comunista». Eran los tiempos que las Utopías se iban cayendo. La Guerra Fría estaba terminando, y la caída del Muro le daba al Neoliberalismo la posibilidad de imponer un Capitalismo de Mercado Salvaje. El Mundo siempre cambia, el Mundo está en constante cambio.
Como diría Faucault: «Reproducimos el Discurso que el Poder del momento nos impone. No hay Libertad de Pensamiento». Moría Faucault, quizás el pensador más grande que dio el Siglo XX. Y con él moría una forma de ver y escuchar a la Historia. La Historia en los Ochenta cumple ese mandato que decía Nietzsche de que la Historia se destruye día a día y avanza hacia la nada. Era el triunfo de un nihilismo posmoderno. Eran los tiempos del posmodernismo en el pensamiento.

En Barrio Echesortu estaba «La Fontana», el boliche y la Casa de Jueguitos de Poli Román, ese tipo flaco y muy fumador que tenía ese Programa de Radio de Culto llamado «El Expreso de Poli». En esa casa de juegos había muchos flipper y los primeros juegos de autos de carrera y una máquina para sacarse una foto con la novia. Arriba estaba el boliche. Era famoso que cuando bajabas del boliche a fumarte un porro o un Marlboro te sellaban la mano con un sello fluorescente, el cual servía para volver a ingresar. En ese boliche había muchas barras, esas barras de peleas fácil y pelo largo y mucha merca. Eran los ochenta, eran los tiempos del cine de peleas y barras.
Eran los tiempos del cine revisionista de Vietnam y del cine de terror de Carpenter. Calles de fuego y La ley de la calle eran los filmes de culto que todos los pibes de clase media amábamos. En esa casa de juegos había un flipper sobre la Segunda Guerra Mundial, muy lindo y muy bélico. Y un juego de carreras de autos donde se competía por la ficha. La fichita, jugar por la ficha era lo más lindo, porque ahí si jugabas bien tu chica se te entregaba e iban a los telos de la Terminal. El Metro, ese telo enfrente del Patio de la Madera, era el preferido de las chicas: espejos en todas las paredes y cama suave. Hace poco fui al Metro con una amiga y le encantó. Miraba los espejos y la pendeja con sus 22 años se sentía una diosa, pero una diosa de 2023 no ochentosa. Coger y coger, lo más importante de la vida. Todavía este telo sigue siendo mi preferido de la Terminal. Si tenías auto te ibas a Las Brujas o a los telos de Gálvez. O de Pérez. Pero sólo si tenías auto. Otra casa de juego era la que quedaba por Sarmiento a una cuadra de la Peatonal. Cuando vivía con una novia me escapaba a jugar una fichita. Ahí hice muchos amigos, pibes marginales y otros de clase media que amaban las maquinitas. Cerró en 2003. Y pusieron internet, cuando los ciber reemplazaron a las casas de jueguitos.
La Historia está en constante cambio. Estamos en tiempos muy diferentes a los Ochenta y Noventa. Todo ahora se recicla.
Tiempos de Internet y Shopping y juegos en red y de una Juventud Muy Conservadora y un Neoliberalismo donde se metió hasta en el Progresismo Estúpido. En los ochenta Eroticón y La Cotorra y Libre y Hombres hablaban de vaginas y tetas y vergas. En estos tiempos la Internet se ha transformado en el Discurso del Poder y todo es histeria berreta y ya nadie usa ese lenguaje que en los Ochenta hizo un culto de una literatura muy particular; la literatura de la mierda y la mierda salpicaba tu cara.
¡Aguanten Los Palmeras!
