MANUEL PUIG, UN MALDITO EN LA LITERATURA ARGENTINA

POR FABIAN ARIEL GEMELOTTI

El cine norteamericano tiene esa cosa revulsiva y revolucionaria del sobaco; no es el cine argentino cargado de ideas anacrónicas y en cierta medida con cuotas de aburrimiento. No es el cine europeo donde prima lo ideológico y siempre hay planteos hasta en los temas más intrascendentes. No es tampoco el cine japonés ni de la India que en Occidente miramos como si viéramos extraterrestres bailando un tema de Los Palmeras. El cine norteamericano no es cualquier cine y no se parece a ningún otro cine.
El cine norteamericano tiene identidad propia.

En 2006 con casi 100 años murió la madre de Manuel Puig, esa mujer que influyó tanto en la obra del hijo. Las divas hollywoodenses en blanco y negro y esos besos apasionados de ese cine norteamericano de una época de amores y desencuentros. La primera novela de Manuel fue La traición de Rita Hayworth, allí «Mita» es «Male», porque Male, como le decían a la madre de Manuel, no fue una madre tradicional, fue una madre del cine; de ver cine norteamericano cuando ir al cine era para ver tres o cuatro películas y el cine era la literatura de los pobres. El cine norteamericano nos traía a mujeres fuertes y libres. ¿,Quién no recuerda a Jean Harlow? Muerta en 1937, recién en los cuarenta su belleza fue la memoria de un cine nuevo.

Puig era cine y su literatura es lo más parecido al mundo cinematográfico con toques de color y en blanco y negro. Puig odiaba a Perón porque prohibió el cine norteamericano en Argentina. Puig fue odiado por peronistas y militantes de izquierda, cuando la izquierda era homofóbica y veía a la homosexualidad como «algo burgués y propio de las sociedades capitalistas».

En los 70 Montoneros dijo: «ni putos ni marxistas», eso cabía para «ciertos» intelectuales que escribian «novelas rosas», «cargadas de sentimentalismo», como decia un Vargas Llosa marxista, homofóbico y odiador compulsivo. Manuel dijo de Vargas Llosa: «es un escritor aburrido y me aburren sus libros tan pelotudos». Borges odiaba a Puig y Manuel decía de Borges: «es un viejo pajero». Supo decir de Sábato: «se debería suicidar así no rompe más las bolas». Puig de García Márquez decía que era un escritor con un toque de puritanismo izquierdoso.

Puig no era ni de derecha ni de izquierda, esa cosa tan marcada en los setenta y en los ochenta, donde a la literatura se la medía como si fuera «una posición política». Puig fue literatura, estaba en los bordes del sacrificio.

Manuel decía de las divas del cine norteamericano: «Aquellas divas no eran objetos oscuros de deseo. No, eran claros sujetos de deseo». El deseo como movilizador de la literatura, porque Puig fue deseo puro y del deseo creó una obra purificadora que salpica sangre a la mediocre literatura argentina.

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