
POR FABIAN ARIEL GEMELOTTI
Ariel siempre quiso morir en forma elegante, esa elegancia que tenían los románticos ingleses a la hora del suicidio. Matarse era una obsesión en su vida. Ariel estaba convencido de la muerte como una elegancia. Su esposa Agustina también pensaba igual, pero no se sentía con ganas de morir tan pronto. Pero ese amor era una tragedia, y toda tragedia lleva a la muerte.
«Vamos que vamos y listo», «si tomamos veneno nos pondremos verdes», «no digas pavadas», «si nos ahorcamos acabamos como se acaba haciendo el amor», «no digas idioteces», «hay muchas formas de matarse, y la más elegante es tirarse de un edificio y caer en el suelo», «yo creo que la forma más elegante es morir dormido con pastillas», «no lo es», «¿entonces?», «Morir con un cuchillo atravesado en la garganta», «pavadas de suicidas aburridos», «yo propongo morir en las vías de un tres. Nos miramos y caemos a las ruedas del tren», «pero así no funciona», «¿entonces?», «Yo propongo morir clavando un clavado», ¿y eso?», «natación y listo»
La muerte es una elegancia, porque en el féretro los muertos están peinados y maquillados y rígidos ahí acostados con las manos cruzadas o extendidas y fríos están los muertos y el color de la piel se va apagando y los ojos cerrados y los labios helados y la frente arrugada o depende la edad del muerto.
«¿Entonces?»
Los jóvenes murieron y sus cuerpos ahí en la morgue fueron mostrados a sus familiares.
¿Entonces?
La Elegancia del Suicidio no es Elegancia en el Siglo XXI.

