
POR FABIAN ARIEL GEMELOTTI
En un mundo donde el desempleo y la alienación laboral son la constante la literatura está pasando a segundo plano. Si hablamos del que labura diez o doce horas por día y no llega ni al día diez del mes la literatura no existe para ese sector; porque la literatura es ocio y el ocio se ve como algo inútil. No existe porque todo lo que no sea para traer la moneda a casa pasa a ser una pérdida de tiempo.
Por eso vemos crecer las redes sociales, un lugar donde el tipo «común» (denominación odiosa pero sirve para el caso) cree lograr ser visible en su círculo de amigos y logra sus cinco minutos de fama. Por eso vemos chicas que hacen videos y se sienten «diosas» y viven en las redes sociales una «realidad» que no es ficción ni real. O vemos comentarios ensayísticos sobre el Gobierno de turno o cine o la vida.
En las redes hay grupos «culturales» donde proliferan los críticos de la vida y el cine emulando una realidad que solamente ven sus amigos y círculo cercano. En las redes prolifera el amor virtual, el flash rápido de almacenamiento de amores. Prolifera ese «deseo» que se logra mediante el photoshop. Hombres y mujeres se arreglan el rostro y el cuerpo a las exigencias sociales y a la demanda de «deseos». Las presiones que sufre una mujer y un hombre en estándares de cuerpos del «deseo» conducen a la ansiedad y a la depresión, lugares que son difíciles de salir.
Cuando en los años veinte del Siglo XX surge la ciencia ficción como entretenimiento logra cumplir las exigencias de un mundo que se estaba quebrando. Quebrado y alienante sirve ese «mundo» para el surgimiento de libros a bajo costo. La ciencia ficción surge como ficción científica pero una mala traducción del inglés le da ese toque que perdurará (science fiction). Lo correcto sería ficción científica. Si bien podemos hablar de ciencia ficción en textos bíblicos, en la Edad Media y en el Siglo XVIII; y más acá en el tiempo en el Siglo XX, la ciencia ficción como algo masivo y como género surge en los años ’20, en una época de libertad, de curiosidad y donde el capitalismo se asienta sobre bases firmes económicas y donde el marxismo deja de ser un hecho de acción popular para pasar a ser un hecho teórico intelectual. La ciencia ficción y el policial negro vienen a ocupar el lugar de las teorías socialistas. En Rusia los géneros como el terror y la ciencia ficción se transfornan en cuestionadores del stalinismo.
Pero volvamos al Siglo XXI. Ya asentada y aceptada la ciencia ficción y el policial por las academias y los intelectuales como géneros de venta masiva para la clase obrera pasan a ser géneros de círculos de coleccionistas y de intelectuales. Si el intelectual veía al policial negro como una vulgaridad ahora lo ve como algo que le pertenece. Se apropia porque es «vintage» hablar de platos voladores y de cine de monstruos.
El Siglo XXI se dispara a un futuro incierto, si los autores de ciencia ficción soñaron con un mundo socializante y donde iba a triunfar el sentido común ahora no podemos decir eso. Matheson en Soy leyenda nos plantea un mundo de soledades y donde todo se destruye para construir un mundo distinto. Pero ese mundo es la visión de los cincuenta y sesenta. Si bien Orwell planteaba en 1984 un mundo autoritario y totalizante de vigilancia en el Siglo XXI tenemos cámaras de vigilancia, redes sociales donde se pierde el anonimato y donde todos quieren ser visibles y controlar al Otro. Esos mundos que se planteaban ya no son posibles en su totalizacion porque el desempleo y las políticas económicas hacen «aceptable» el control social.
Y volvemos al llamado tipo común de la calle que vive pensando en comer y pagar el alquiler. A ese tipo no le interesa estos planteos porque plantear algo para el que no tiene el estómago lleno y vive de frustración en frustración resulta ser una burla del destino.
Estamos en 2024 donde la ficción está siendo chupada por una realidad que chupa el cerebro en una virtualidad donde todos podemos ser perfectos y deseables… eso creemos aunque no sea así.

