
POR FABIÁN ARIEL GEMELOTTI
Estanislao está solo y la soledad no es buena consejera. Camina por su departamento y mira los objetos ahí acumulados. Siente tristeza y detiene su mirada en un retrato de una mujer colgado en la pared.
-Es hermosa, esos ojos marrones y ese cabello teñido de clarito -En su monólogo disfrura ese rostro.
Estanislao hace meses que no ve a esa mujer. Fue su novia y amiga y amante. O quizás no fue nada, simplemente una mujer más en su vida; una vida de muchas mujeres y muchos placeres.
-Solamente quisiera tenerla un instante abrazada, darle un beso en la frente y decirle que todavía la amo y la amaré hasta el final -Es un monólogo de tristeza y las lágrimas caen en cataratas por ese rostro tan marcado por los años.
Estanislao mira el revólver sobre la mesa y lo agarra. Revisa el tambor y hay una sola bala. Lo hace girar rápido y se pone el arma en la sien.
Juega con el gatillo y aprieta y no sale ninguna bala.
-Debe ser el destino, no quiero morir pero debo morir.
Estanislao vuelve a intentarlo. No sale la bala. Repite tres veces más y no salen balas.
-La próxima será la muerte. Voy a meterme el arma en la boca.
Estanislao mete el arma en su boca y lo aprieta con los labios. Juega con el gatillo y aprieta. Un charco de sangre y sesos salen por la parte de atrás de su cabeza.
En otra parte de la ciudad una mujer mira un retrato de un hombre, el retrato cuelga de la pared. La mujer lo observa y se seca las lágrimas que van cayendo por su rostro.
-Estanislao amor de mi vida, no funcionaba la relación. Yo te amaba pero tuve que dejarte por el bienestar de los dos. -La mujer agarra una escalera y descuelga el retrato y lo tira a la basura.
