
ESCRIBE ALBERTO CORTÉS
En sus primeros casi ocho meses de Gobierno, a Donald Trump le ha ido bastante bien con Europa y algunos otros Gobiernos extremadamente lacayos, como el de Mullino, en Panamá, y no tan bien con el resto del planeta.
Llegó a la Casa Blanca recargado. Desde el primer día repitió, en el plano Internacional, las tácticas que solía usar en el terreno de los negocios, lanzando exigencias y amenazas apocalípticas, para luego terminar arreglando por menos o mucho menos. Parte de esto fue calculado, y parte resultado de una pésima estimación de las correlaciones de fuerzas.
Así, llegó pretendiendo sumar al territorio Estadounidense, nada menos que a Canadá, Groenlandia (dependencia Danesa) y el Canal de Panamá. Hoy ya habla poco de estas pretensiones, aunque en el caso Panameño, sí consiguió que Mulino no renovara la adhesión de su país a la iniciativa china del Cinturón y la Ruta, y algunos cambios en instalaciones periféricas al Canal.
El 2 de Abril (al que llamó “Día de la Liberación”), presentó una tabla de aranceles desmesurados a los productos que EE.UU. importan desde casi todos los países del mundo, para poco después poner esa tabla en suspenso y comenzar negociaciones país por país, dando plazos, que en muchos casos se van posponiendo (y generando caos e incertidumbre en buena parte del Comercio Mundial y el propio mercado interno estadounidense, donde esos aranceles producen aumentos de precios para sus propios consumidores).
En el caso chino (el verdadero antagonista para Trump y todos los supremacistas norteamericanos que desearían perpetuar el control de casi todo el planeta por su país que se vivió desde la desaparición de la U.R.S.S., por las dos décadas siguientes); los intentos por imponerle a ese país aranceles desmesurados se rompieron la nariz contra una dura pared y tuvieron que retroceder, silbando por lo bajo: China amagó con frenar casi por completo sus exportaciones de tierras raras a los EE.UU. Estos son 17 elementos químicos, casi imprescindibles en la tecnología actual, para una cantidad de aplicaciones industriales. No es China el único lugar donde se encuentran, pero sí tiene las mayores reservas y, además, ese país ha desarrollado su extracción y procesamiento (a pesar de tratarse de actividades con un muy importante impacto ambiental), hasta ser el mayor proveedor mundial. EE.UU. podría obtenerlas de otras regiones (de hecho, Trump le ha impuesto a Zelenski condiciones humillantes, para quedarse con las reservas ucranianas de éstos y otros minerales, por ejemplo), pero le llevará años alcanzar niveles de producción que remplacen a las importaciones desde China. Ante la amenaza del corte del suministro de estos insumos críticos para su industria; Trump no sólo bajó el tono de sus amenazas, sino que sigue negociando los términos del comercio bilateral.
Con Europa, en cambio, le fue de primera en lo económico, aunque persisten algunas diferencias políticas.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en lo que muchos consideran otra humillación más; tuvo que irse hasta Escocia, donde Trump inauguraba un campo de golf de su propiedad, para firmar allí el acuerdo que fue muy criticado por diversas fuerzas políticas europeas.
La U.E. aceptó comprar 750.000 Millones de Dólares en energía estadounidense, abrir sus mercados al comercio con aranceles cero, o casi, para Washington, adquirir equipamiento militar norteamericano e invertir 600.000 millones en la economía de EE.UU. Este último punto, que depende de los inversores privados y no de los gobiernos, es de dudoso cumplimiento. A cambio, Trump impuso aranceles a los productos importados de Europa muy superiores a los existentes, aunque menores que los que había amenazado inicialmente, y sin contrapartes equivalentes.
Desde el primer Gobierno de Trump, por lo menos, EE.UU. había intentado impedir la finalización y puesta en marcha del Gasoducto (construido por empresas europeas y rusas) Nordstream 2, que duplicaba la capacidad de transporte ya existente con el Nordstream 1, para llevar gas desde Rusia (primer productor mundial) hacia Europa Occidental. Ambos territorios (Rusia y Europa Occidental), son vecinos, el gas ruso es barato, Europa carece prácticamente de fuentes energéticas, Rusia era un excelente mercado para industrias como la alemana y, a todas luces, esa sociedad era un magnífico negocio para ambas partes. Pero no para los EE.UU., que han desarrollado en los últimos años gran producción de petróleo y gas por fracking (prohibido en Europa por su impacto ambiental), pasando a ser importantes exportadores. EE.UU. pretendió (y ahora lo ha logrado en gran escala), que Europa le comprara ese gas (licuado y transportado por barco, versus el ruso que llegaba principalmente por gasoductos). El precio del estadounidense es mucho más alto que el del ruso, de modo que es obvio para quién es el negocio, y para quién no. Para completar la escena: Los gasoductos fueron volados luego (en un fondo del mar de muy difícil acceso para alguien que no tenga un Estado – o varios -detrás) por manos “anónimas”. Los países de la OTAN dificultaron al máximo la investigación sobre los responsables.
Como lo dijo abiertamente la ex Subsecretaria de Estado de los EE.UU., Victoria Nuland, su país invirtió 5.000 millones de dólares para asegurarse un gobierno amigo en Ucrania; lo que culminó con el golpe de Estado del Maidán, en 2014. Esto fue parte de una serie de provocaciones a la Federación Rusa, que terminaron en su invasión a Ucrania; y con ello, la gran excusa para cortar esa asociación mutuamente provechosa entre los dos vecinos y generar una rusofobia exacerbada en Europa Occidental: Prohibiendo medios de comunicación como Rusia Today y Sputnik, persiguiendo hasta las obras artísticas de autores rusos de siglos anteriores; y desatando una carrera armamentista con la excusa de un posible ataque ruso a otros países europeos, que ningún análisis serio indica que pudiera ocurrir, o que Rusia pudiera tener interés en generar.
Esta ruptura económica de Europa Occidental, con el país más importante de Europa Oriental, ha afectado poco a Rusia (que el año pasado creció más del 4%), pero sí mucho a los países de la U.E., llevando por ejemplo a Alemania (su mayor potencia económica) a la recesión. Rusia, en cambio, compensó en gran medida la reducción de su comercio con Europa, desarrollando enormemente el que tenía con China, India y otros países, que se negaron y se niegan a aceptar las presiones europeo-estadounidenses para restringirlas.
Trump intentó imponer aranceles adicionales a la India, como “Penalización” por su gran compra de hidrocarburos rusos (que antes de que los EE.UU. los sabotearan, vendían a Europa). La respuesta India: Suspender la compra de 3.600 Millones de Dólares en armas estadounidenses. Próximamente viajará el Primer Ministro Narendra Modi para reunirse con Trump y tratar de bajar los decibeles. Pero también irá a Beijing, y su canciller a Moscú. La India no se casa con nadie, pero tampoco deja que la violen…como sí lo hace Europa.
Otro pelotazo en contra de la política arancelaria de Trump fue Brasil, donde en un increíble doble ingerencismo –en la soberanía nacional brasileña y en la división de poderes en ese país– impuso elevados aranceles, como castigo por el juicio y condena contra Bolsonaro. La medida, y las respuestas prácticas adoptadas por Lula, elevaron considerablemente su popularidad. No tan bien, en cambio, le va al progresismo en la vecina Bolivia, con inminentes Elecciones Presidenciales. Pero aquí no es por la política de Trump, sino por la división de la izquierda.
En lo político es incondicional el apoyo de Trump (y de prácticamente todo el establishment norteamericano, dominado por el lobby sionista, como lo confesara el mismo Netanyahu) al genocidio perpetrado por el estado sionazi de Israel en Gaza. Algunos países europeos, presionados por su propia opinión pública interna, y para no deteriorar su capacidad de mantener negocios con países musulmanes; amagan con cortar la venta de armas a Israel (España), o prometen reconocer próximamente al Estado Palestino (Francia, Gran Bretaña), sumándose a las ¾ partes de los países del mundo que ya lo han hecho. Esto, para horror de Israel, el único país del planeta que no define sus propias fronteras, porque aspira a irse engulliendo de a poco (y lo viene haciendo), no sólo a todas las tierras de los palestinos, sino a muchas de otros países árabes. Hitler llamaba a esto el “Lebensraum” o espacio vital. Los sionazis lo llaman “la Tierra Prometida” o el “Gran Israel”. Ya Ben Gurion había detallado la desmesura de esas pretensiones.
La otra diferencia política, aún más importante, entre la U.E. y Trump, es Ucrania. El Presidente Norteamericano, ha hecho un viraje brusco respecto a Biden, y busca acordar directamente con Putin el fin de la Guerra, con la menor interferencia posible de Zelenski.
Este, intentó recientemente subordinar a su gobierno a un organismo que supuestamente tiene la función de investigar la corrupción dentro del Estado. Grandes manifestaciones (en las cuales algunos creen ver la mano de servicios de inteligencia estadounidenses y británicos), lo obligaron a dar marcha atrás. Es llamativo que una población que viene sufriendo toda clase de abusos de su propio Gobierno sin rebelarse, lo haga ahora por esto. Es muy difícil que Zelenski pueda poner su firma en un acuerdo que reconozca la irreversible realidad de los territorios que ya han perdido en manos de Rusia. Así, un golpe de Estado en Kiev, no sería malo para los planes de Trump. Después de todo, su mandato constitucional terminó hace más de un año y no llama a elecciones, con la excusa de la guerra. Rusia, en cambio, sí las ha hecho.
La única propuesta de Zelenski (y la de la U.E.), es un alto al fuego inmediato; supuestamente para parar la matanza. Pero en realidad para rearmarse, como ya sucedió anteriormente con los acuerdos de Minsk I y II, como lo dijo claramente Angela Merkel. Putin, cuyas tropas van tomando más y más puntos estratégicos, semana a semana, en cambio; se niega a otra cosa que no sea un acuerdo general, que signifique una paz duradera.

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