
ESCRIBE DANIEL BUSTOS
Habría que decir, en primer lugar, que la Libertad es, después de la vida, uno de los bienes más preciados del ser humano. Pero pocas palabras han sido tan desvirtuadas como ésta, al punto de asignarles un significado totalmente contrapuesto al de su acepción original.
En su concepción, la Revolución Francesa surgió como reacción a un Régimen de Privilegios totalmente injustos del que gozaba la Monarquía y el Clero, en virtud de un supuesto designio divino, que los eximía de pagar impuestos y trabajar. Y vino a acabar con tanta injusticia (de forma sangrienta, por cierto) al grito de «Libertad, Igualdad, Fraternidad», principios plasmados en la «Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano», y al calor de las ideas del Contrato Social de Rosseau y la División de poderes de Montesquieu, base de la democracia republicana.
Y la recaudación y el reparto discrecional de trabajo, cargas y tributos provocaba enormes inequidades económicas, pero también sociales. Si te había tocado nacer en la burguesía, el campesinado o en la clase trabajadora era impensado poder acceder no sólo a una vida digna, sino a una educación elemental, y hacía impensado obviamente cualquier posibilidad de progreso.
Enmarcado en ése afán de liberarse de la tiranía monárquica, surge como reacción el Liberalismo, buscando que la propiedad y la riqueza dejen de estar en manos de unos pocos privilegiados. Y que en teoría, todos los ciudadanos, sea cual fuere el lugar o la clase social en que el destino o el azar los había hecho nacer, tengan una igualdad de oportunidades hasta ése momento impensada.
Pasaron muchos años. Francia, la cuna de la Revolución, se transformó en una Potencia Colonial. Al igual que Inglaterra, España o Portugal. Y más contemporánea mente, Estados Unidos. Las ideas liberales, originalmente surgidas como reacción de las libertades individuales frente al poder despótico de quién detentaba el poder del Estado, fueron mutando a una concepción que privilegiaba exclusivamente lo económico. Así, se empezó a hablar de «Libre Comercio», o «Libre Juego de la Oferta y la Demanda».
Y las potencias coloniales, que se habían consolidado como tales gracias a la expansión de su propias economías sobre la de los países sometidos, empezaron a propagar entre éstos últimos las bondades de la «Libertad de Mercado». O sea, le sacaron a los demás la escalera que ellos mismos habían usado para consolidarse. Y en ésa División Internacional del Trabajo impuesta por los países centrales, nosotros, los países periféricos nos tocaba proveer de materias primas (por ejemplo cueros), y ellos nos vendían los productos manufacturados (carteras o zapatos).
Y la intervención de los Estados nacionales para cambiar ésa lógica, y orientar o promover sus industrias locales, eran tildadas como una intromisión inadmisible en ésa supuesta «Libertad de Comercio». Las libertades individuales quedaron subordinadas a las supuestas «Libertades Económicas», en nombre de las cuales los países centrales imponían sus empresas o productos en detrimento de los autóctonos.
Y así, cada país fue catalogado con una Economía «Libre» o «Cerrada» de acuerdo al grado de sumisión o permeabilidad a éstas políticas de su clase dirigente. Y cada gobierno de países periféricos que intentaba defender su industria y producción nacional, o imponer aranceles a las importaciones para hacerlo, fue catalogado de tirano, y avanzar en contra de la «Libertad». Obvio, excepto cuando lo hacían , y de hecho lo hacen ellos. «Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago» sería el mensaje.
El ejemplo de Trump en EE.UU. es el más cercano. Así, en nuestro país, curiosamente (o no tanto, como vimos), las peores Dictaduras, avaladas y promovidas en su momento por Inglaterra o el Departamento de Estado norteamericano, llegaron al Poder en nombre la «Libertad». Como el Gobierno surgido del Golpe de Estado de 1955, responsable de proscripciones, persecuciones y fusilamientos, y autodenominado, irónica y cínicamente «Revolución Libertadora», aunque el ingenio popular la llamó más apropiadamente «Fusiladora».


Todas las Dictaduras o Gobiernos Liberales o Neoliberales y sus referentes económicos que se sucedieron desde entonces se llenaron la boca hablando de «Libertad». Los discursos de Alsogaray, Krieger Vasena, Martínez de Hoz o Cavallo (que parecen calcados) repiten constantemente ésa palabra como una muletilla. Y lo hacen, cínicamente, mientras se perseguía, torturaba o desaparecía a los que no acordaban con ése rumbo económico y social, y se sometía al país al dictado de una potencia extranjera. Una curiosa «Libertad» en nombre de la cual se cometieron y justificaron las peores atrocidades.


¿Cuál es ésa supuesta «Libertad», entonces, que se promueve desde los centros de poder político, económico y financiero?
Es la «Libertad» del zorro en el gallinero, y de las grandes corporaciones económicas de imponer arbitrariamente sus políticas y aumentar exponencialmente sus ganancias sin restricción alguna y sin más límites que su afán desmedido de lucro, saqueando impunemente sus recursos naturales y destruyendo su desarrollo tecnológico autónomo aunque ésto suponga el empobrecimiento progresivo y la miseria de los pueblos.
Por éso demonizan y quieren destruir el Estado. Porque saben que es el único que puede imponerles reglas de juego, o defender el interés nacional propio de cada país. «No puede haber hombres libres en países esclavos», sentenciaba con su magistral claridad conceptual Juan Domingo Perón. Para denunciar entonces, que la libertad concebida sólo desde lo económico no era más que una excusa para introducir empresas y políticas que sólo benefician a las potencias y van en detrimento de los países dependientes que no pueden ejercer control alguno sobre sus propios economías y recursos naturales.
A ésta altura, está más que claro que las estrofas de nuestro Himno Nacional que repiten «Libertad, Libertad, Libertad», y que se referían claramente a nuestra Independencia de toda dominación extranjera se dan de bruces con ésta caricatura de pseudo «Libertad» que es el disfraz precisamente de la Dependencia y el sometimiento que nos ofrecen cínicamente y a sabiendas, y que representa exactamente lo opuesto.
O sea, una versión de «Libertad» a la carta a la medida de los poderosos, que fomenta el egoísmo e individualismo, y ya sin ningún vestigio ni de igualdad ni fraternidad. Ni mucho menos de empatía o solidaridad. Y para el que se oponga, hay palos y represión. Una supuesta «Libertad» en la que único que «Avanza» es el saqueo indiscriminado de nuestras riquezas y recursos naturales, y claramente, la dominación y la esclavitud. A ellos, los que la promocionan, habría que recordarles que la Libertad no es un bien de Mercado. Es una condición del espíritu.

