
EN ESTOS DIAS VUELVEN LOS ACTORES POLITICOS DE LOS 90, ENTRE ELLOS EL EX-MINISTRO DE ECONOMIA DOMINGO CAVALLO CON SUS POLEMICAS DECLARACIONES AL DECIR: «LA SOLUCION DE LOS PROBLEMAS ES RETOMAR EL RUMBO QUE SEÑALO MENEM…» DIARIO «LA NACION» -CIUDAD AUTONOMA DE BUENOS AIRES- 15 DE FEBRERO DE 2021
TRANSCRIBIMOS LA NOTA PUBLICADA EN «De puño y letra» – AÑO VI – N° 10 – OCTUBRE DE 1997
ESCRIBE ANGEL BROVELLI
Es sabido que este mundo está poblado por unos cuantos picaros y muchos tontos. Pero en nuestro país parece que lo que abundan son los picaros. Entre ellos debemos citar en primer término los que hace unos años, a partir de 1989 para ser más precisos, adoptando una pose de sabios comenzaron a decir: «Ha caído el muro de Berlín. Ahora todo debe ser distinto». Esto podía significar muchas cosas, pero principalmente que teníamos que olvidarnos de la Tercera Posición que por entonces estaba hecha carne en la Argentina.
Como se recordará, las dos ideologías en boga eran el comunismo y el capitalismo, tremendamente enfrentados y con amenazas de reciproca extinción. El primero de ellos sostenía que la causa de todos los males de la sociedad era la propiedad privada, por lo que había que abolirla sin contemplaciones e instalar un sistema basado en la propiedad común de los medios de producción. Esto, por supuesto, simplificando al máximo sus postulados y características. Por su parte el capitalismo, también simplificándolo al máximo, sostenía -y sostiene- que la sociedad debe fundarse en el uso y goce de la propiedad privada con el mínimo de limitaciones posible. No faltaron quienes sostuvieron que el sistema capitalista debe permitir «usar y abusar» de la propiedad, dando así fundamento al capitalismo «salvaje».
Frente a estas dos ideologías el General Perón puso en circulación la Tercera Posición, inspirada en la doctrina social de la Iglesia, que aceptaba la propiedad privada siempre que cumpliera una función social. Quedaba reconocido el «uso» de la propiedad, pero no el abuso. No era una tercera posición por encontrarse en el medio de las otras dos, sino por ser distinta y superadora de ambas.
Indiscutiblemente era la que mejor conciliaba la eterna aspiración de construir una sociedad humanista y cristiana en nuestro territorio, sin perjuicio de que pudiera, con el tiempo, adquirir validez universal.
Esa concepción fue llevada a la propia Constitución Nacional en 1949. El artículo 17 estableció que «La propiedad privada tiene una función social y, en consecuencia, estará sometida a las obligaciones que establezca la ley con fines de bien común». En su
articulo 39 afirmó que «El capital debe estar al servicio de la economía
nacional y tener como principal objeto el bienestar del pueblo, dentro
de un orden económico conforme a los principios de la justicia social». Mayor claridad, imposible.
Dándole contenido al carácter humanista y cristiano instituyó en la misma reforma constitucional el derecho de los ancianos a gozar de asistencia, de vivienda, de alimentación, de vestido, de salud física y moral, de esparcimiento, de trabajo, tranquilidad y respeto. ¡Cómo desearían su vigencia hoy nuestros jubilados! A los trabajadores les
aseguró, entre otros, los derechos a una retribución justa, a la capacitación, a condiciones dignas de trabajo, a la preservación de la salud, al bienestar, etc. Sin duda también soñarán con estos derechos los actuales trabajadores, a quienes sus «dirigentes» tratan de convencerlos de que la «flexibilización» los va a beneficiar.
Todo esto fue hecho trizas por el sable de los gorilas en 1955, pero siguen -o debieran seguir- constituyendo el bagaje doctrinario del peronismo. No obstante, como dijimos más arriba, unos cuantos picaros y no pocos traidores, se dieron a la tarea de difundir que con
la caída del comunismo sólo quedaba el capitalismo. Es decir que la Tercera Posición debía desaparecer. Era como sostener que «Tres menos uno es uno». La verdad es que derrumbado el comunismo quedaban en pie el capitalismo y el justicialismo. Junto al uso inmoderado de la propiedad privada para el enriquecimiento de sus poseedores, quedaba su aceptación sólo cuando cumpliera una función social. Lo cual, pese a su evidencia, pasó a ser alegremente negado por los pícaros, muchos de ellos convertidos en Judas.
En efecto, unos y otros se encargaron de tergiversar las cosas y de hacer creer a los tontos que había que olvidarse de la Doctrina Justicialista, de los ancianos, de los niños, de los trabajadores y de la propia justicia social, porque se había caído el famoso muro de Berlín.
Todo sin perjuicio de seguir nombrando de vez en cuando al General Perón y de entonar la marcha, aunque reemplazando mentalmente en esta última lo de «combatiendo al capital», por «sirviendo al capital». Para lo cual han demostrado extraordinarias condiciones. Hasta que los verdaderos peronistas, que aún quedan, les hagan rendir cuentas.