LA C.E.LA.C., LA U.NA.SUR. Y LA O.E.A.

EL PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS ANDRES MANUEL LOPEZ OBRADOR ENCABEZO LA CONMEMORACION DEL 238 ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE SIMON BOLIVAR EN EL CASTILLO DE CHAPULTEPEC

ESCRIBE ALBERTO CORTES

El presidente de México, Manuel Andrés López Obrador planteó el último 24 de julio la necesidad de la creación de un organismo de integración para América Latina que sustituya a la Organización de los Estados Americanos (O.E.A.).

La propuesta se hizo en un marco temporal, institucional y geográfico altamente significativo: Se cumplía el aniversario del natalicio de Simón Bolívar, AMLO ejerce este año el rol de presidente pro témpore de la C.E.LA.C., la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, y lo hizo en tal carácter ante una reunión de cancilleres del organismo. Se hizo además desde el Castillo de Chapultepec, en el oeste de la ciudad de México. Último bastión de la defensa de la nación mexicana contra la invasión norteamericana que, en 1847, se apropió de más de la mitad del territorio del país y donde murieron los llamados “Niños Héroes”, un grupo de cadetes mexicanos que se negaron a acatar la orden de retirarse y resistieron hasta la muerte a las tropas invasoras en ese lugar.
Simón Bolívar fue tal vez el prócer latinoamericano de las primeras décadas del siglo XIX que más claramente percibió el peligro que significaban los EEUU para las ex colonias españolas que se estaban liberando y por eso afirmó en 1829 que: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad.“ De allí su obsesión de procurar la integración de América Latina que se intentó con la convocatoria, en 1826, del Congreso de Panamá o Congreso Anfictiónico con el objetivo de buscar la unión o confederación de los estados de América sobre la base de los anteriores virreinatos hispanoamericanos, en un proyecto de unificación continental, como lo había ideado el precursor de la independencia hispanoamericana, Francisco de Miranda.
También José Martí, en 1895, escribía: “ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber……de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso.” Y hablaba de “la anexión de los pueblos de nuestra América al Norte revuelto y brutal q. los desprecia”… Con referencia a los años en que había vivido en los EEU decía: “Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas; -y mi honda es la de David”. Lamentablemente cayó en combate al día siguiente y su lugar fue ocupado por otros que se prestaron a convertir a Cuba en semicolonia de los EEUU, hasta 1959.

No eran paranoias de Bolívar y de Martí. Thomas Jefferson, redactor de la Declaración de Independencia norteamericana había ya escrito en 1786 que “Nuestra Confederación debe ser considerada como el nido desde el cual toda la América, la del Norte y la del Sur, ha de poblarse. Así, tengamos buen cuidado, por el interés de este gran continente, de no expulsar demasiado pronto a los españoles, pues aquellos países no pueden estar en mejores manos. Mi temor es que España sea demasiado débil para mantener su dominación sobre ellos hasta que nuestra población haya avanzado lo suficiente para ganarles el dominio palmo a palmo».

En 1823 el presidente Monroe explicitó lo que pasó a ser conocida como la doctrina Monroe, pretendiendo reservar todo el continente para la influencia norteamericana. Los hechos – aún mucho más que las palabras corroboraron con creces estas intenciones – durante los siglos XIX, XX y XXI.
La unidad e integración de América Latina y el Caribe pueden y deben ser, y son, las principales armas de estas naciones para preservar su independencia. Son además el camino lógico y natural para su desarrollo, como lo demuestran la historia de los propios EE.UU., que buscaron un volumen geográfico y poblacional diez veces mayor que sus fronteras iniciales, de China, de Rusia e incluso de Europa, que aún a pesar de tener varios países entre los más avanzados económica y tecnológicamente del planeta, buscaron después de la segunda guerra su unidad en lo que llegó a ser la Unión Europea, como forma de mantener su peso en el mundo.

Los EE.UU. –y otros imperios- han buscado discretamente evitar, ya desde el siglo XIX, la Unidad Latinoamericana y, al contrario, han procurado al máximo la fragmentación de las ex colonias españolas. El surgimiento del Uruguay como nación independiente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, obra de la diplomacia británica; y el de Panamá, escindida de Colombia con el apoyo diplomático y militar de los EEUU; son dos ejemplos. Luego, buscaron meter al zorro y las gallinas en la misma jaula, y así nació el “Panamericanismo”, con la O.E.A., el T.I.A.R. –que usaron o desconocieron en cada caso según su conveniencia-, e intentaron en 2005 lanzar el A.L.C.A.
La Revolución Bolivariana retomó esas banderas de unidad latinoamericana, y así surgieron el ALBA, en 2004, la UNASUR, en 2008, y la CELAC en 2010, además de otros organismos complementarios como PetroCaribe, Banco del Sur, etc. Todo esto se desarrolló en el período en que gobiernos progresistas habían ido ganando elecciones en muchos países del continente, permitiendo estos avances. Los golpes de Estado, primero en Honduras, en 2009, y luego en Paraguay y Brasil, sumados al retorno del neoliberalismo via traición electoral en Ecuador, por la derrota en 2015 del peronismo en la Argentina, luego del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (F.M.L.N.) en el Salvador y finalmente del Frente Amplio uruguayo, y al debilitamiento de Venezuela por el acoso imperial; retrotrayeron en buena medida ese proceso, quedando casi sólo el ALBA en pie y los demás muy golpeados.
La OEA nació en 1948 como expresión de ese panamericanismo al servicio de Washington. Sólo en 3 ocasiones tomó posiciones distintas de la de los EEUU: En 1960, ante un conflicto marítimo entre EEUU, Perú y Ecuador; frente a la guerra de Malvinas y la invasión norteamericana a Panamá en 1989. Sólo en un período, 2005-2015, hubo un Secretario General no apoyado por EEUU, pero aceptado -con muchos condicionamientos- por éstos. En 1962 se expulsó a Cuba, que fue readmitida en 2009, pero ésta no manifestó interés en reincorporarse. Su canciller, Raúl Roa, había calificado acertadamente a la O.E.A. como “el Ministerio de Colonias yanqui”.

Recientemente, el Secretario General del organismo, Luis Almagro -un alcahuete como pocos de los EEUU y partícipe directo del golpe en Bolivia-, avanzó abiertamente en inmiscuirse en la situación de Cuba, estado que no forma parte de la OEA. Venezuela manifestó en 2017 su intención de retirarse de la misma y, cumplido el plazo legal de 2 años, dejó de pertenecer a ella. Los gobiernos neoliberales que la integran recurrieron al artilugio de reconocer como delegado del país a un representante del poder legislativo –contradiciendo todas las normativas– para poder seguir opinando sobre otro país que ya no integra la O.E.A.

Los actuales avances de gobiernos progresistas en la región, en México, Argentina, Bolivia – derrotado el golpe-, Perú y muy probablemente Brasil, Chile y Colombia en no mucho tiempo más, crean expectativas diferentes en el continente y abren la posibilidad de un reimpulso a la integración, ya sea por la vía del fortalecimiento de organismos como la C.E.LA.C. y la U.NA.SUR., y/o por la creación de otros nuevos, pero en todos los casos integrados y conducidos exclusivamente por los latinoamericanos y caribeños.

Como dijo acertadamente López Obrador: 

«Es ya inaceptable la política de los últimos dos siglos, caracterizada por invasiones para poner o quitar gobernantes al antojo de la superpotencia».

«En ese espíritu, no debe descartarse la sustitución de la OEA por un organismo verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie”.

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