
ESCRIBE ALBERTO CORTES
En una nueva polémica, ya casi anual, el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, que ya había solicitado anteriormente al Papa y al Rey de España que pidieran perdón en nombre de sus instituciones por la llamada Conquista de América –lo del Rey todavía lo estamos esperando-, este 12 de octubre ha dicho, en respuesta al nombre tradicionalmente impuesto al 12 de octubre de ”Día de la Raza”, que las razas no existen.

La afirmación de A.M.L.O. es rigurosamente cierta. Hasta el desarrollo de la genética humana, a mediados del siglo XX se tendió, incluso a nivel científico, a agrupar o clasificar a las variantes humanas según el color de su piel u otras características visualmente evidentes. Sin embargo, hoy sabemos que los Homos Sapiens aparecimos en África hace unos 300.000 años y estuvimos confinados a ese continente exclusivamente hasta hace unos 70.000. Luego, un grupo –relativamente pequeño– logró salir de él y esparcirse por el mundo. De ese grupo desciende prácticamente la totalidad de las mal llamadas “razas”, excepto el grueso de los africanos negros.Ahora bien, cuando una especie cualquiera permanece mucho tiempo confinada a un territorio, se va diversificando genéticamente. Aparecen y se ramifican muchas variedades.
El pequeño grupo que salió de África sólo incluía a unas pocas de las muchísimas que ya se habían desarrollado en el continente madre. Todos los demás seres humanos, tanto un sueco como un japonés o un originario americano, provenimos de ese pequeño grupo que salió. Ese grupo tuvo mucho menos tiempo –unos 70.000 contra 300.000 años de los que quedaron en África– para diversificarse genéticamente. En cambio se vieron sometidos a distintos ambientes y climas que llevaron a cambios adaptativos de características mucho más visibles -como el color de la piel– que se aclaró en muchos casos. O sea, que diversos grupos étnicos negros del Africa actual divergen sustancialmente entre sí en aspectos genéticos mucho más que lo que se diferencian genéticamente un danés y un coreano e incluso algunas etnias negras.
Hoy sabemos que la diferencia a nivel de los genes es muchísimo más relevante que las diferencias del color de la piel. Por lo tanto, no tiene sentido científicamente hablar de “razas”. Las mismas son una construcción cultural y no biológica.
El tema se complejiza un poco más si se tiene en cuenta que esos homos sapiens que se desparramaron por el planeta, en algunos casos se hibridizaron con otras especies de homínidos – hoy extinguidas -, como los neandertales. Pero ello no cambia la esencia de la cuestión que es que los seres humanos nos parecemos genéticamente todos en un porcentaje cercano al 100%, diferenciándonos en todo caso en mayor grado de otras especies animales.
Si quisiéramos hilar mucho más fino y clasificar dentro de los homo sapiens, otras características a nivel de los genes serían muchísimo más importantes que el color de la piel. Sin embargo el color de la piel sí se utilizó, como excusa principal –además de la religión- a la hora de justificar la gigantesca ola de sometimiento de unos seres humanos por otros que se desplegó por el planeta a partir del desarrollo del capitalismo, desde el siglo XV en adelante, y que se sumó a las formas de subordinación que ya existían al interior de los países de Europa Occidental.La superioridad en algunas tecnologías, como la de las armas de fuego –desarrolladas a partir de un invento chino como la pólvora -, permitieron a las elites europeas y a aventureros del mismo origen que se les sumaron, someter y explotar a otros millones de seres humanos y a apropiarse de las riquezas naturales de otros continentes, que hasta hacía poco habían sido el hábitat y la propiedad –colectiva– de esos millones que iban a pasar a ser esclavos, mitayos o trabajadores mal pagos.
América fue uno de estos casos, pero no el único. La población originaria de América se redujo sustancialmente, principalmente por enfermedades traídas por los europeos, pero también por la superexplotación de la misma por ellos, comenzada por el mismísimo Colón.

Para resolver estos problemas y también el de la protección de los indígenas por algunos frailes como Fray Bartolomé de las Casas -indignados con el tratamiento a la población local-; tomó gran auge el secuestro de africanos –muchas veces con cómplices autóctonos- y su translado para ser esclavos en las plantaciones americanas y de otros continentes. Se estima que unos 100 millones de esclavos en el mundo entre los siglos XVI y XIX fueron deportadas o murieron durante la deportación, incluídos los muertos en guerras por la esclavización. De los transportados a América, la mitad moría durante el viaje. Cuando en 1804 los negros haitianos se independizaron de Francia y abolieron la esclavitud; la explotación esclavista floreció en Cuba, Brasil y EEUU. El desarrollo del capitalismo industrial en Inglaterra llevó a ésta a reemplazar esclavos por obreros y prohibir su trata. Sin embargo las fábricas inglesas procesaban el algodón cosechado por los esclavos del Sur de los EEUU y el norte de ese país comenzaba a industrializarse con las importaciones posibilitadas por esa exportación.
En el siglo XIX las potencias europeas pasaron de secuestrar negros en Africa para llevarlos como esclavos a otras latitudes, a apoderarse como colonias de todo ese continente -excepto Etiopía, que recién fue sometida por Mussolini en 1935-. Obligaban, por métodos variados, a los nativos a extraer los recursos naturales que requería la industria europea. En el Congo –propiedad personal del Rey de Bélgica hasta 1908– cuando un grupo no cubría todas las expectativas de producción de los colonialistas, éstos cortaban las manos de algunos miembros del grupo, particularmente niños.
En Australia, la población original, diezmada como en América, sufrió, hasta avanzado el siglo XX, no sólo de una segregación, sino que los niños eran separados de sus padres e internados en lugares donde se pretendía que abandonaran su cultura original.
Algo parecido ocurrió en Canadá, donde el descubrimiento reciente de miles de tumbas sin identificar de algunos de esos niños, generó un escándalo. Nueva Zelanda es otro ejemplo de colonos europeos blancos despojando por la fuerza a los nativos de sus tierras. No son novedades el tratamiento dado por la minoría de blancos –originalmente colonos– a la mayoría negra en Sudáfrica, especialmente hasta 1992, durante el apartheid, o en Rhodesia (hoy Zimbabwe), o a la mayoría de argelinos nativos, por los colonos franceses hasta la independencia –tras una sangrienta lucha– en 1962.
En algunos de estos casos (EE.UU., Australia, Nueva Zelanda) la población originaria terminó quedando en minoría sometida. En otros (Sudáfrica, Zimbabwe, Argelia) la minoría eran los colonos blancos importados que dieron luchas feroces –terminadas en la mayoría de los casos en lo político, pero aún pendiente en lo económico y social-, para mantener sus privilegios.
En las colonias hispanas se dio mucho más el mestizaje –en general por violaciones– que en las anglosajonas. En Asia, las potencias coloniales recién lograron someter a China a mediados del siglo XIX, mediante las guerras del Opio. Paralelamente los franceses se apoderaban de Indochina. Ya antes había logrado Gran Bretaña apropiarse de la India -hasta 1947–.
No es sorprendente que, ante el 12 de octubre, la derecha española especialmente, tanto VOX como el Partido Popular –primos de Juntos por el Cambio y de Milei-, heredera de la dictadura de Franco; reivindique el Imperio Español, y llegue a decir que los conquistadores vinieron a traer la libertad a los pueblos americanos sometidos por los aztecas, por ejemplo. Esto es parte de una gran operación de maquillaje de la Historia, que no sólo pretende disfrazar la naturaleza de la conquista de América, sino que se encarga de ignorar –en la educación pública– las riquísimas historias tanto de la América Precolombina, que exhibía avances superiores a los de los europeos en muchos temas y muchos momentos; como de continentes como Africa y Asia, escenarios también de civilizaciones muy desarrolladas en varias etapas.

Aunque el presidente norteamericano Joe Biden ha cuestionado el rol de los conquistadores europeos, y especialmente españoles en América, la historia de los colonos blancos que fundaron EE.UU., en relación con los pueblos originarios, sus pobladores negros y las naciones vecinas de fuerte impronta indígena, no es éticamente mejor que las de las elites blancas europeas.

Tampoco episodios como la llamada “conquista del desierto” o del Chaco en Argentina, o la “pacificación de la Araucanía” en Chile.El colonialismo en nuestra época no ha terminado. Sí ha adoptado otras formas. La unidad de los pueblos oprimidos para generar una correlación de fuerzas que permita obligar al norte brutal –como llamó José Martí a algunas de esas potencias- a otro tipo de relación, mucho más simétrica y colaborativa, es un imperativo de la hora.
Por eso ha sido importante la Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, con 109 países, la organización multilateral más grande del mundo, después de Naciones Unidas, celebrada el 11 de este mes en Belgrado, en la cual Argentina participa desde 2009 como observador.
