
DIARIO LA NACION – 23 DE JUNIO DE 2012 – PABLO GORLERO ESCRIBE SOBRE LA PUESTA EN ESCENA EN LA CIUDAD AUTONOMA DE BUENOS AIRES:
«LA FORESTAL»
ENRIQUE LLOPIS AL FRENTE DE UNA VIRTUOSA COMPAÑIA DE ARTISTAS ROSARINOS
En 1881, el gobierno de la provincia de Santa Fe debió afrontar una antigua deuda contraída en 1872 con la firma inglesa Cristóbal Murrieta y Compañía. Por eso tuvo que pagar con una increíble operación la venta de 1.804.563 hectáreas santafecinas y esto significó el pase a manos extranjeras de la mayor reserva de tanino del mundo. Así, en 1906, se fundó La Forestal, compañía de capitales ingleses que centró su actividad en la explotación sistemática de la mayor reserva mundial de quebracho colorado hasta que casi lo agotó, debido a que esa tierra nunca fue reforestada. Allí los obreros trabajaban a sol y a sombra en condiciones precarias de vida y de trabajo. Les pagaban exiguos jornales que cobraban en «moneda de La Forestal», que les servía sólo para ser canjeada en las proveedurías de la misma compañía cuando bajaban sólo tres veces a la semana al pueblo. Debido a los incumplimientos de los convenios laborales y al cierre de los obrajes, desde 1919 hasta 1921, se llevaron a cabo sucesivas huelgas obreras que fueron reprimidas brutalmente.
La Forestal es un texto musical atípico, con elementos de la cantata y el folklore testimonial. Néstor Zapata es el mismo puestista de su estreno, en 1984, y estructuró su montaje en tres planos. Uno narrativo, donde Juan Herrera informa los hechos con detalle, pero sin perder la teatralidad; otro dramático, en el que Raúl Calandra interpreta a un hachero; y uno musical, con Enrique Llopis haciendo comentarios cantados. Rafael Ielpi escribió una de las mejores obras testimoniales, con una superabundancia de datos que no abruma sino que aporta. Y eso es gracias a que sus textos están dotados de vital teatralidad y dramatismo.
Nadie como Enrique Llopis hubiera sido mejor para describir estos episodios cantados con una fuerza que logra conmover en muchos momentos, gracias también a la virtuosa partitura de José Luis Bollea. Por su parte, Raúl Calandra se mete en el pellejo de este hachero que vio cómo el hambre se cobró víctimas en su familia y tuvo que sumarse a ese levantamiento de 12 mil desocupados, de los cuales fueron asesinados centenares. Es de esos actores de peso y raíz cuyo paso por el escenario no puede pasar inadvertido. De esos a quienes uno, como espectador, tiene ganas de darles las gracias.
