
ESCRIBE ALBERTO CORTES
En la declaración de Independencia de los EE.UU., de 1776, se dice: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Después de haber fundado una nación, supuestamente bajo estos principios, ese país mantuvo la esclavitud por otros 97 años. Aunque no la había en el Norte, su industrialización se hacía con las divisas obtenidas de la exportación del fruto del trabajo de los esclavos del Sur. Por eso no es extraño que allí se sancionaran leyes para garantizar la devolución de los esclavos fugitivos al sur y se castigara severamente a los que los ayudaran.
Tras la abolición formal de la esclavitud en 1863/65 se sucedieron muchos otros mecanismos para mantenerla bajo otros formatos. Por ejemplo, los trabajos forzados en plantaciones privadas de colonias de presos, la mayoría negros.
Muchos historiadores destacan el papel central de la esclavitud en la acumulación originaria del capital en los EE.UU. Noam Chomsky le agrega el saqueo de las tierras de los pueblos originarios. Habría que sumar además el Robo de más de la Mitad de la superficie de la República de México, sin el cual muchos de los hoy más ricos estados norteamericanos, como California, serían mexicanos.
La más difundida de las causales de la independencia norteamericana fue la imposición de impuestos por el Parlamento Británico sin representación de los colonos. Pero hubo varias más. Otras de las más importantes fueron las llamadas “Leyes Intolerables” que incluían límites a la expansión de las colonias que luego constituirían los EE.UU. en detrimento de las tierras ocupadas por pueblos originarios y por católicos francófonos. Con la independencia en mano se lanzaron al robo de las tierras de los indígenas y su genocidio.
La invocación a la libertad, la democracia y, ya en el siglo XX, a los DD.HH. ha sido central y constante en el discurso de todas las elites y los gobiernos estadounidenses. Sin embargo, asombra la flagrante contradicción de esos enunciados con sus prácticas.
El redactor de aquella Declaración de Independencia, Thomas Jefferson, había escrito en 1786 que era deseable que Hispanoamérica siguiera siendo colonia española hasta que los EE.UU. tuvieran la fuerza suficiente para apoderarse de ella. José Martí por su parte, la noche anterior a su muerte, dejó en su carta a Manuel Mercado: “..impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”.
La -forzada con un ardid- intervención de EE.UU. en la Guerra de Liberación de Cuba les permitió no sólo convertir a ésta en su semicolonia por muchos años, sino también apoderarse de otros importantes territorios como Puerto Rico y varias islas en el Pacífico, incluyendo las Filipinas.
En este último caso, el Presidente McKinley había asegurado a los filipinos que su único interés era ayudarlos a conseguir su independencia de España. Pero derrotada ésta, McKinley invocó la inspiración divina que tuvo una noche, para transformar esas islas en colonia norteamericana. La oposición de los patriotas filipinos derivó en una guerra en la que la quema de aldeas, las torturas y las violaciones por parte de los soldados estadounidenses fueron abundantes. El general Jacob H. Smith llegó a ordenar, «no tomar prisioneros y matar a todos los mayores de diez años». Algunos historiadores cifran el número de civiles hombres, mujeres y niños asesinados en un sexto de la población. Otros dan cifras menores, pero que se acercan al cuarto de millón. Hollywood ciertamente no hará ninguna película para ilustrarnos sobre esto.
Terminando la Segunda Guerra Mundial, siendo EE.UU. la potencia sobre cuyo territorio continental no había caído ni una bomba y uno de los países beligerantes con menos bajas, frente a la destrucción de los europeos, y además con una industria fortalecida gracias a la guerra; Roosevelt vio la oportunidad de avanzar sobre las colonias de éstos. Así propició la descolonización de Asia y África, para que las ex colonias pudieran ser penetradas por las empresas yanquis. Tenía, obviamente, que dar el ejemplo, y por eso deciden dar la independencia a Filipinas en 1946.
Tanto en las zonas de México usurpadas por los EE.UU., como en Nicaragua conquistada a mediados del siglo XIX por un filibustero estadounidense, esos cambios significaron reimplantar la esclavitud en territorios que la habían abolido mucho antes.
Respecto a América Latina, el actual presidente ha dicho que no somos su patio trasero, sino su patio delantero: ¿Habrá alguna vez un presidente estadounidense que considere que no somos ni patio trasero ni delantero, o sea parte de su propiedad; sino sus vecinos, con iguales derechos?
El 1° de Mayo de cada año los trabajadores de casi todo el mundo –excepto los EE.UU.– conmemoran el día internacional del Trabajo. ¿Origen de la conmemoración? Un crimen de estado: La ejecución de cinco trabajadores estadounidenses por un hecho ocurrido en esa fecha en 1886 en Chicago, en la lucha por la Jornada Laboral de ocho horas y en la cual una bomba mató a un policía. Ésta abrió fuego matando a numerosos obreros y en los días siguientes muchos fueron detenidos y torturados. Posteriormente se reconoció oficialmente la inocencia de los ejecutados… Cuando ya estaban muertos. Lo mismo ocurrió con Sacco y Vanzetti, ejecutados en la silla eléctrica en 1927. También el Estado norteamericano pidió perdón con décadas de demora a los descendientes de los 120.000 norteamericanos de ascendencia japonesa o inmigrantes japoneses enviados a campos de concentración sólo por su etnia, después de Pearl Harbor. Ese estado pide perdón… Pero bien tarde. En el caso de las persecuciones salvajes del macartismo, en la década de 1950 a todo lo que fuera lejanamente sospechoso de comunismo, ni siquiera existió el arrepentimiento tardío, de varias décadas de los casos anteriores.
En América Latina, a lo largo del siglo XX, los EE.UU. sostuvieron numerosas dictaduras, varias de las cuales habían surgido de fuerzas militares creadas por ellos mismos tras invadir los respectivos países. Las de Somoza en Nicaragua, Trujillo en Dominicana, Duvallier en Haití y Batista en Cuba son sólo las más famosas. Crearon además y mantuvieron durante décadas la “Escuela de las Américas”, rebautizada como “Escuela de Dictadores”. Allí, y en otras instancias, asesores norteamericanos experimentados en Vietnam enseñaron técnicas de tortura a sus colegas latinoamericanos.
Actualmente, en Guantánamo –territorio ilegalmente ocupado por los EEUU en Cuba– la potencia invasora mantiene detenidas desde hace 20 años a varias decenas de personas –y llegaron a ser unas 800 en algún momento- sin siquiera acusarlos de algo concreto, llevarlos a juicio o darles derecho a defensa. Ha habido numerosas denuncias sobre las condiciones de detención y también suicidios. Cualquier otro gobierno que hiciera algo así, sería sin dudas calificado como una feroz dictadura. Pero tratándose de los EE.UU., que domina la mayor parte de la prensa mundial y las principales empresas sostén de redes sociales en gran parte del planeta, en un esquema de propaganda y ocultamiento de la verdad que sin duda serían la envidia de Joseph Goebbels, el Ministro de Comunicación de Adolf Hitler; ese tipo de rótulos se eluden y se limita a considerarse una anomalía incómoda.
EE.UU. es el país con la mayor cantidad de gente en la cárcel del planeta. Tanto en términos absolutos como en relación a su población. Una de cada cuatro personas encarceladas del mundo está en una prisión norteamericana, a pesar de tener este país sólo el 5% de la población mundial. Y ha sido peor en otros momentos. Un tercio de los presos son negros, a pesar de que esta etnia es sólo el 12 % de la población total. También son el 24% de los muertos por la policía. Con respecto a los presos, podrá alegarse que todos lo están por delitos comunes. Todas las dictaduras del orbe han alegado históricamente eso para la mayoría de sus presos políticos.
Oscar López Rivera pasó más de 34 años en cárceles norteamericanas por luchar por la independencia de Puerto Rico. Cinco cubanos que se infiltraron en grupos de la Florida obteniendo información que fue entregada a las autoridades estadounidenses para prevenir atentados terroristas, pasaron entre 13 y 16 años en cárceles estadounidenses, saliendo por indulto de Obama la mayoría, etc.
En estos momentos un tribunal de Gran Bretaña, el principal aliado de los EE.UU. en el mundo, acaba de aceptar la extradición de Julian Assange a ese país, donde afronta cargos que podrían significarle hasta 175 años de cárcel ¿Su delito? Haber expuesto a la Opinión Pública Internacional numerosos crímenes de guerra de las tropas estadounidenses en Irak y Afganistán. De concretarse la extradición se habrá cometido el mayor atentado a la Libertad de Prensa del siglo XXI.
Estados Unidos –como tampoco Rusia, China y algunos países más– no han firmado el Tratado de Roma que establece la Corte Penal Internacional (C.P.I.), para perseguir el genocidio, los crímenes de guerra y los delitos de lesa humanidad. En el caso de los EE.UU., más aún: Cuando este país introduce tropas en otro con el consentimiento de este último –gentileza que muchas veces no se cumple-, hace firmar al país anfitrión acuerdos que dan impunidad ante los tribunales locales a los soldados estadounidenses, por los delitos comunes que allí pudieran cometer, que quedan sometidos sólo al arbitrio de lo que sus propias fuerzas armadas quieran investigar o juzgar. El reciente asesinato con un misil estadounidense de una familia de diez afganos –siete de ellos niños-, justo antes de retirarse de Afganistán, condujo a una investigación interna en que el ejército estadounidense concluyó que los lanzadores del misil habían actuado de acuerdo a las normas.
Afganistán sí es firmante del Tratado de Roma, y entonces, en 2017 cuando la C.P.I. anunció que iba a investigar si militares de Estados Unidos cometieron crímenes durante la guerra de Afganistán, el gobierno norteamericano de Trump aplicó sanciones –otra violación del derecho internacional– contra esos fiscales. Justo es reconocer que Biden las levantó hace un año.
En cambio, Venezuela, cuando fue acusada ante la C.P.I. por violaciones a los derechos humanos, firmó, en 2021, un acuerdo con la C.P.I. para asegurar la correcta investigación y juzgamiento de ese tipo de hechos. Los Países Bajos, sede del C.P.I. y aliados de los EE.UU. en la O.T.A.N., han intentado interferir la implementación de ese acuerdo. Además, numerosos miembros de fuerzas policiales y de seguridad venezolanas han sido juzgados y condenados en ese país por causas de esa naturaleza en los últimos años.
SEGUN LA PRENSA HEGEMONICA, VENEZUELA ES UNA DICTADURA Y LOS EE.UU. UNA DEMOCRACIA. COMPAREMOS EN LA PRACTICA:
Suele calificarse a los EE.UU. de Democracia porque sus autoridades son elegidas por el Pueblo.
En primer término, asumiendo que así sea, sólo los ciudadanos estadounidenses –ni siquiera los portorriqueños– participan en esa elección. Los presidentes y demás funcionarios así electos, sin embargo; se consideran autorizados para tomar decisiones –en permanente violación del derecho internacional- sobre otros países, amenazando o sancionando incluso a sus gobiernos y ciudadanos si no siguen las directivas del gobierno norteamericano, leyes extraterritoriales incluidas.
Pero además: ¿El pueblo estadounidense elige realmente a sus autoridades? Bueno,… más o menos:
En numerosas elecciones se han difundido ampliamente los fondos de campaña recaudados por los candidatos, aún por encima de las intenciones de voto, dejando en claro que el poder del dinero –y por lo tanto de las grandes empresas– es lo más determinante en las elecciones en ese país, aunque teóricamente haya normas para limitarlo. Los candidatos no pueden aceptar dinero de fuentes extranjeras (Pero el presupuesto nacional incluye partidas a través de la NED para financiar O.N.Gs, grupos políticos y parapolíticos en muchísimos países extranjeros).
Sólo dos partidos monopolizan la atención de los medios de comunicación –casi todos en manos de poderosas corporaciones– invisibilizando al resto y anulando completamente las chances de lo que no sea Demócrata o Republicano.
Al interior de estos dos partidos, una bien aceitada maquinaria de poder asegura que no vaya a llegar a ningún puesto determinante ningún candidato que se aparte de los intereses de las Grandes Empresas que son el Verdadero Poder en ese país, por detrás de la cáscara pseudo-democrática. Cuando hay riesgo de que ello ocurra, no vacilan en violar sus propias normas.
En la Convención Demócrata de 1944, cuando se decidió la fórmula para la elección presidencial de ese año, la ampliamente favorita era Franklin Roosevelt-Henry Wallace, o sea la reelección. La cúpula demócrata manipuló durante varios días hasta que logró torcer ese sentir casi unánime de las bases demócratas por Roosevelt-Harry Truman.
Podría preguntarse: ¿Qué trascendencia tuvo y tiene hoy una interna demócrata de tantos años atrás? No fue nimio ni para los EE.UU. ni para el mundo ese acto Antidemocrático: Roosevelt falleció meses después y asumió el vice. Henry Wallace era un progresista y un pacifista. Harry Truman, la única persona en la historia de la Humanidad que tomó la decisión de arrojar bombas atómicas sobre otros seres humanos. Además fue el que comenzó la Guerra Fría.
En 2016, nuevamente, la cúpula demócrata intervino –dolosamente– para asegurar que la postulante de ese partido fuera Hillary Clinton –la principal responsable, junto a Obama y otros, de la destrucción de Libia y del intento de repetirlo en Siria-; y no Bernie Sanders, el único precandidato que veía en el cambio climático y no en otras naciones o pueblos al principal enemigo de los EE.UU.
Hillary Clinton terminó sacando casi tres millones más de votos que su oponente, pero por esas cosas del “DEMOCRATICO” sistema estadounidense, el presidente resultó Trump.
A los que sin pensarlo mucho y sin dudar califican a los EE.UU. de “DEMOCRACIA”, habría que evocarles las palabras que Miguel Angel Ferrari, en el recordado programa Hipótesis, leyó, de un Gran Defensor del Capitalismo Norteamericano, el Mafioso Al Capone:

“SI EN LOS ESTADOS UNIDOS ALGUNA VEZ HAY FACISMO, SE LLAMARA DEMOCRACIA”