
ESCRIBE ALBERTO CORTES
Es difícil exagerar la importancia del resultado de las recientes elecciones presidenciales en Colombia. Pocas veces tan atinadamente elegido el nombre de la coalición que llevó a Gustavo Petro y a Francia Márquez a la Presidencia y Vicepresidencia de ese país: El Pacto Histórico.
Después de más de dos siglos, el país conoce por primera vez la posibilidad de un cambio real. Fue necesaria una crisis muy grande del sistema de dominación, después de muchas décadas de masacres, que siguieron a un período aún más prolongado de guerra civil intermitente; para que por primera vez llegara al gobierno una propuesta de izquierda. Las movilizaciones sociales multitudinarias, reprimidas salvajemente, que desde el 2019 buscan ponerle freno a los avances neoliberales insaciables del gobierno de Iván Duque, jugaron sin duda un rol determinante en conformar el clima social que terminó de derrumbar al uribismo y posibilitar el triunfo electoral que acaba de producirse.
El proceso de paz culminó en 2016 con la firma del acuerdo entre el gobierno de Santo -antecesor de Duque– y la más importante organización guerrillera: las Fuezas Armadas Revolucionarias de Colombia (F.A.R.C.), con más de medio siglo en la lucha armada, con la mediación de Cuba, Venezuela, Noruega y Chile, fue clave.
A pesar del flagrante incumplimiento de esos acuerdos por el gobierno de Duque, que hace que hoy haya un retraso de cuatro años en su implementación, y del retorno a la lucha armada de algunos sectores minoritarios de las F.A.R.C.; es indudable que el clima bélico, con una fuertísima impronta anticomunista, que los partidarios del ex presidente Uribe y las clases dominantes colombianas en general habían logrado impregnar a la vida política del país –control de los más importantes medios de comunicación mediante-, se diluyó con esa firma. Poco antes, el uribismo había logrado convencer a una mayoría estrecha de los electores a rechazar el acuerdo en las urnas, es decir, a optar por la guerra.
Terminada –al menos oficialmente y en lo que hace al principal grupo guerrillero– la guerra; la retórica del miedo al comunismo, a la venezolanización, al castro-chavismo, etc. perdió mucha fuerza y permitió a una fuerza de izquierda, como el Pacto Histórico y sus antecedentes que la fueron conformando, un avance mucho más rápido en la población, capitalizando las atrocidades del oficialismo, comenzando por el incumplimiento de prácticamente todo lo que había prometido Duque en campaña, empezando por terminar con la pobreza extrema, que hoy alcanza a 7 de los 50 millones de colombianos, y bajar la pobreza; siendo que este año la FAO incluyó al país en la lista de los que padecen hambre aguda, con 54% en inseguridad alimentaria.
Las 44 masacres en lo que va de 2022, las 96 del año anterior, los más de 1300 líderes sociales y defensores DD.HH., y los 320 ex guerrilleros desmovilizados de las F.A.R.C. asesinados desde la firma de los acuerdos, muestran que las armas fueron depuestas, pero de un solo lado.
El pésimo manejo de la pandemia, la falta de avances en los puntos de la cuestión agraria incluidos en los acuerdos –estando Colombia entre los tres paises con mayor concentración de la tierra en pocas manos del continente, que a su vez es el que ocupa el podio mundial en el tema; y una oligarquía terrateniente que mantiene además improductivas a 2/3 de esa tierra-, la ausencia de una reforma política, en medio de un sistema institucional muy degradado; el no desmantelamiento efectivo del paramilitarismo y la falta de avances en la sustitución consensuada de los cultivos ilícitos, son otros tantos puntos de déficit de la gestión Duque y de incumplimiento deliberado de los acuerdos.
Los Estados Unidos, en franco retroceso de su hegemonía en el conjunto del planeta, con excepción de los países de Europa Occidental, a los que la Guerra de Ucrania ha convertido más que nunca, en la mascota más dócil del amo del norte, en flagrante contradicción con los intereses de sus propias poblaciones; verán sin duda debilitarse sustancialmente su control, hasta aquí casi absoluto, de su más importante pieza de ajedrez en América Latina, que ha sido hasta aquí Colombia. Europa, al acercarse aún más a EE.UU., cabe señalar, es hoy la excepción del planeta; dado que el estrepitoso fracaso de las mal llamadas “SANCIONES” contra Rusia, el fortalecimiento de los lazos económicos y otros, de Rusia con China, la India y muchos países más, y la creciente tendencia al abandono del dólar como moneda en los intercambios internacionales, además de la derrota ucraniana en la guerra – a pesar del elevado costo militar para ambos bandos– muestran más bien la aceleración del declive mundial estadounidense.
No cabe esperar, a tono con los discursos de todos los presidentes progresistas de América Latina –incluidos los de Cuba y Venezuela– un planteo de ruptura con los EE.UU., sino la demanda de un diálogo igualitario y respetuoso de las soberanías nacionales y sin exclusiones y una priorización de América Latina en las relaciones internacionales.

Petro, en su discurso poselectoral, en el que como alguien dijo “mostró que toda Colombia le entraba en la cabeza”, convocó a transformar a su país en vanguardia mundial contra el cambio climático –contrastando con un Duque que hasta impulsaba el fracking-, marcando la relevancia de la agenda ambiental para el próximo gobierno. Resumió su plan en tres frases: “Primero, en la Paz; Segundo, en la Justicia Social y Tercero, Justicia ambiental”. Y abundó: “La Paz no es más que la garantía de los derechos de la gente”.
La derecha colombiana no ha desaparecido. Está bien viva en el poder económico y especialmente en las fuerzas armadas y policiales, educadas en la doctrina de la seguridad nacional. La jurisdicción especial para la paz reveló un total de 6402 “falsos positivos”, aunque se sospecha son muchos más. Estos eran ciudadanos ordinarios secuestrados y asesinados por las fuerzas militares, que luego los hacían pasar falsamente por guerrilleros, para obtener las prebendas que el gobierno de Álvaro Uribe daba a cambio. Hasta hace poco, en la principal esquina de Bogotá, en la que asesinaron en 1948 al líder popular Jorge Eliécer Gaitán, originando el Bogotazo, y en la que está el diario “El Tiempo”; mantenía un carromato de denuncia, el padre de un soldado asesinado por sus superiores por negarse a participar de esa política.
Petro tuvo que comprometerse ante escribano público a que no haría expropiaciones, para despejar este fantasma blandido por la derecha. No cabe esperar un gobierno socialista, pero si se avanza seriamente en la instrumentación de los acuerdos de paz, se deja de ser el ariete de los EE.UU. en América Latina –en especial contra Venezuela-, se avanza en la resolución de algunos de los problemas sociales más acuciantes y se cumplen los principales compromisos en materia ambiental y de dignificación de mujeres, minorías sexuales y étnicas, Colombia será otra. O, como dijo Petro en la noche de la elección: “Colombia ya es otra”.
Es también la primera vez que una mujer ecologista, feminista y afrodescendiente ocupará la vicepresidencia de ese país, estratégico en América Latina y el Caribe, por muchas razones.
Como sintetizó Francia Márquez el programa del Pacto histórico: Se trata de “vivir sabroso”.
Mientras tanto, en la vecina Ecuador, un presidente como Guillermo Lasso –un banquero enriquecido especulando con el llamado feriado bancario de 1999, el equivalente ecuatoriano del “corralito” argentino- que pudo llegar al gobierno en 2021 en segunda vuelta por la división del movimiento popular; y en particular la fisura del gobierno del ex presidente Rafael Correa con el movimiento indígena que inicialmente lo había apoyado; tras un año de gobierno en el que intentó profundizar el rumbo neoliberal del anterior presidente –y traidor a su mandato de origen– Lenin Moreno; ante las muy masivas movilizaciones contra ese rumbo, iniciadas por el movimiento de los pueblos originarios, pero a los que a esta altura se ha sumado todo el pueblo; ha respondido con enormes niveles de represión y violencia, que ya lleva varios muertos y en los que la policía copia los métodos antes vistos en Chile y Colombia: Con muchos heridos perdiendo la vista por disparos de perdigones a la cara. Sectores sociales y políticos han comenzado además movimientos para poner en marcha mecanismos previstos en la Constitución para intentar remover a Lasso.

En otras latitudes se va configurando el mayor crimen contra la libertad de prensa en el mundo del milenio: El gobierno británico avanza en la extradición de Julian Assange, por el único delito de haber mostrado al mundo, a través de Wikileaks, los crímenes de guerra cometidos por las fuerzas armadas norteamericanas en Afganistán e Irak. La dictadura mundial pretende dejar perfectamente en claro a futuro, que cualquiera que exponga los crímenes que pretende ocultar, se expone al largo brazo del siniestro aparato judicial de los EE.UU., el que más personas ha puesto y mantiene en la cárcel en el planeta.