
POR FABIAN ARIEL GEMELOTTI
Los cuentos y canciones infantiles están llenos de voces difíciles de digerir en la modernidad. El Arroz con leche es un ejemplo: «me quiero casar/con una señorita/que sepa bordar/y sepa coser(o sepa cocinar, según diferentes versiones). En los cuentos infantiles la mujer es un objeto para cocinar y para lavar y para «abrir la puerta para ir a jugar». Desde la infancia la nena será preparada para que de grande cumpla con los quehaceres del hogar: lavar, planchar, cocinar y «abrir la puerta»(que sería algo así como cumplir con el deseo del «macho» de satisfacer sus deseos de ocio). Las canciones hablan de soldados que van a la guerra (Mambrú se fue a la guerra) mientras la mujer (nena) se queda en el hogar. Las infancias de canciones están dirigidas a someter a la mujer al mandato masculino.
Caperucita Roja es acosada por el Lobo y éste se come a la Abuelita. Pero viene el Leñador y de un hachazo rescata a la Abuelita. Y colorin colorado Caperucita es salvada por el «Macho Leñador».

Los tres Chanchitos son gorditos y sufren el acoso del Lobo que destruye la vivienda donde viven. Los tres Chanchitos están retratados como «obesos» en las versiones de Billiken y en las de cualquier editor infantil. En conclusión «los Chanchitos son la burla de todos y de todas» porque «son los obesos» y los cuentos infantiles se burlan de «los obesos».
Y no solamente la obesidad, la negritud es retratada como algo malo en los cuentos infantiles. En el cuento de La niña de la fuente, una chica rubia ingresa a un pozo y descubre un mundo de riquezas. Pero su hermanastra, que es una morocha, tapa la fuente para que no vuelva más. Pero un príncipe azul, alto y rubio, se enamora de la rubia y con pases mágicos la devuelve al mundo real. Y la chica morocha termina ahogada en la fuente. Y colorin colorado…

La Bella Durmiente es rescatada por un príncipe de ojos verdes y fina figura.
Todos los cuentos infantiles hablan de niños rubios y niñas rubias con virtudes de «bien». Y la gente de color oscuro son «los malos». O «enanos amables y complacientes» como Los siete enanitos.
Porque quienes no cumplan con el mandato del patrón «se van a convertir en calabaza» como alguna vez dijo en un discurso Cristina Kirchner y pocos entendieron esa metáfora hablándole al poder de los medios.
En el Siglo XVIII surgen los grandes cuentos infantiles, los cuales serán retratados por las grandes editoriales emergentes del industrialismo. El capitalismo necesitaba someter a la mujer y que el hombre vaya a la fábrica a producir. La mujer era un objeto para el capitalismo. La escuela cumplía la función de educar para cumplir el mandato del Señor capitalista. Si una mujer no «abría la puerta» para que el marido vaya a producir, quedaba en falta con el sistema.

El Capitalismo necesitaba que el hombre vaya a la Guerra (Mambrú se fue a la Guerra) porque la Guerra era la forma de apropiarse de la materia prima para el mercado de producción de bienes. Y la mujer debía velar por el obrero o el soldado («que sepa bordar/que sepa coser»).
El capitalismo necesita oprimir para producir bienes. Al oprimir y pagar bajos salarios, el obrero se somete solo. Un asalariado con miedo y con temor a perder su empleo es un asalariado útil al sistema de producción de bienes. Si no hay consumo de esos bienes no interesa, porque esos bienes se producen para exportar. Argentina es el granero del mundo a principios del Siglo XX, pero tiene una alta tasa de desempleo y pobreza. ¿Cómo se entiende esto? Argentina exporta su materia prima y se enriquece su oligarquía latifundista. Somos séptima potencia con un pueblo que padece hambre. «Arroz con leche/me quiero casar/con una señorita/de San Nicolás»: la mujer ideal para un sistema de sometimiento es la mujer servil. Las clases bajas digieren el «arroz con leche». Y toda la gama de cuentos infantiles que la editorial Atlántida y Kapeluz largan al mercado. La publicidad vende lavarropas «para facilitar a la mujer el lavado de ropa» y «planchas para que el saco y la camisa del hombre estén en orden para la oficina».
Si en la Antigüedad la mujer era parte del todo y a su vez no lo era; en el Medioevo era parte de los placeres de la nobleza. La campesina lavaba la ropa y paria hijos para la siembra. Y la reina era un objeto para que el rey tenga descendencia. El capitalismo no es tan diferente a esos modelos, pero cambian los paradigmas: «arroz con leche/que sepa bordar/que sepa cocinar» porque la mujer en el capitalismo es la espectadora del hombre máquina que produce para el capitalista. Sin mujer no hay capitalismo. Sin hombre tampoco. Los dos son objetos para el capitalista. El hombre como género humano es un objeto para el acumulador de capital.
El Siglo XXI no ha cambiado mucho, pero tapa sus falencias con una aparente libertad femenina . La mujer sigue siendo un objeto. Y el hombre también.
No nos dejemos engañar por el neoliberalismo de «libertades» porque el mercado nunca es libertad. Para que el sistema capitalista «sea productivo», el asalariado tiene que ser un objeto recambiable para el acumulador. El trabajador no es considerado persona por el patrón, es un mero objeto para producir bienes. Y así entenderemos que ajustar al trabajador es parte del orden capitalista. A mayor ajuste y a mayor baja de salario mayor enriquecimiento del capitalista. Quienes votan en elecciones a gobiernos neoliberales están votando mayor opresión y aceptando la versión capitalista del arroz con leche.
Arroz con leche
Me quiero casar
Con un obrero sano
Que sepa ahorrar
Que se compre un buen auto
Que sepa de albañilería
Y que tengamos muchos niños
Y seamos felices
Arroz con leche
Me quiero casar
Con una linda chica
Que sepa ahorrar
Que sepa ser buena mujer
Para que yo pueda trabajar
Arroz con leche
Me voy a liberar
Yo quiero que el arroz
Sea repartido por igual.
