
POR FABIAN ARIEL GEMELOTTI
Raúl Mendizábal es un Asesino a Sueldo. Raúl Mendizábal es obsesivo y el mejor en su oficio. Pero se da cuenta que él forma parte de un juego y ese juego no le pertenece. Raúl Mendizábal es un engranaje al servicio de intereses mayores, al Servicio del Poder. Raúl Mendizábal es un empleado de los Verdaderos Asesinos.
Adolfo Aristarain filma el mejor policial argentino en 1982 y elige al mejor actor que ha dado la Argentina: Federico Luppi. Soledad Silveyra está que la rompe, y Luppi lo sabe (Raúl Mendizábal también): «cogeme hijo de puta», le grita, mientras Raúl Mendizábal la tiene arrinconada contra la pared, y el arma ahí en la mano.
Raúl Mendizábal tiene que matar a Kulpe, y lo investiga y toma fotos. Se obsesiona como nunca. Le encargan ese asesinato y Raúl Mendizábal sabe, que en plena dictadura pasará desapercibido, un Homicidio más para las tapas de los medios masivos. La gente se ha acostumbrado a la muerte. La muerte es algo cotidiano. Pero lo que no sabe Raúl Mendizábal, es que este juego de muerte y que tanto lo obsesiona está relacionado con hechos anteriores a la dictadura.
Durante la Dictadura Militar matar y encontrar cuerpos en la vía pública era parte del paisaje de la vida diaria. Un amigo de la facultad, un día borracho en un bar cerrado hace años, me dijo llorando: «Me torturaron y el torturador me decía: Comunista Puto, sos un Monto Hijo de Puta. La picana me la pusieron en los huevos y me hacían saltar en la madera adonde estaba acostado». Mi amigo era más grande y fue militante de Montoneros. Cursamos juntos un par de materias de Historia. Ese día, los dos estábamos muy borrachos, le pregunto si odiaba al torturador: «A ese Hijo de Puta No, vos sabés qué me dolió Fabián; nadie podía comprender lo que fue mi dolor. Duele más que no te crean, que la picana».

Federico Luppi fue el gran actor de los ochenta. En 1983 trabaja junto a Víctor Laplace en «No habrá más penas ni olvido». En «Ultimos días de la víctima», el asesino es uno más entre miles de asesinos. Es un policial con estética propia y las obsesiones juegan un papel fundamental. Héctor Olivera en «No habrá más penas ni olvido», pone en escena las luchas entre el Peronismo de izquierda y el peronismo de derecha, el sindicalismo obsecuente y fiel a los servicios y al empresariado.
En una tranquila localidad, un pueblo olvidado y donde todo es familiar y tranquilo, se desata una lucha feroz entre «comunistas y peronchos». Víctor Laplace es un líder de derecha y para él todos son «rojos, comunistas y peronistas no fieles a Perón». El auto pasa y suena la marcha Peronista y el pueblo de la localidad sigue su vida diaria sin importarles los símbolos partidarios. La derecha usa el simbolismo. Saben que Perón es palabra «sagrada»y aunque el pueblo tenga otras prioridades impondrán sus «verdades» y el látigo será la arma contra los «rojos». La Triple A persigue y mata «comunistas», para las tres A Montoneros «era una pandemia de comunistas».

La dictadura militar institucionalizó la muerte. La Argentina de la dictadura empieza a gestarse con los intereses del capitalismo financiero. Había que destruir la industria nacional y abrir los mercados y las muertes y desapariciones fue la forma de crear miedos y terror. Se hizo cotidiano matar, y quien se oponía era «rojo». La dictadura destroza la economía, la pobreza empieza a crecer y las villas miserias se hacen parte del paisaje urbano. Raúl Mendizábal es un asesino a sueldo. Y como asesino es parte del paisaje cotidiano. Pero él no sabe que está en un juego de intereses de dinero y poder. Al darse cuenta ya es tarde, son los últimos días de la víctima. Federico Luppi es un «rojo» en No habrá más penas ni olvido. Es un «rojo» sin querer ser «rojo». Víctor Laplace ve enemigos en los locos y los que él quiere que sean enemigos. La dictadura necesita crear enemigos y necesita matar y matar. Sin muertes y sin miedo no se hubiese podido imponer un capitalismo de mercado y para imponerlo se crea deuda y la deuda se transforma en un monstruo que va comiendo poco a poco a la industria nacional. Menem después aplicará todo y terminará la obra iniciada por la dictadura.

En 1982 Fernando Ayala dirige Plata dulce. Teodoro Bonifatti (Federico Luppi) es un empresario de botiquines. Trata de hacer plata con la «bicicleta financiera». La dictadura es un «paraíso» que muchos aprovechan: auto caro, viajes y casa nueva. Pero no todo es felicidad. La plata financiera pasa factura. Y Bonifatti queda culo para arriba. La plata nunca es dulce en las mesas de dinero.

Tres filmes nacionales. Tres historias. La Dictadura fue un monstruo al Servicio del Capitalismo Financiero y ese monstruo se comió nuestra industria nacional y fue el comienzo del desempleo y la pobreza y la plata dulce.
