
ESCRIBE RAMIRO CAGGIANO BLANCO
La visita “clandestina” de Nancy Pelosi, Presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, a la isla de Taiwán es, además de una provocación, un acto diplomático que echa por tierra la posición americana en relación a China adoptada desde 1972. En aquella época, en que por iniciativa del canciller americano Henry Kissinger se produce un “descongelamiento” de las relaciones diplomáticas vigente desde 1949, EE.UU. y China emiten 3 comunicados conjuntos (el primero en 1972 -Comunicado de Shangai-, el segundo en 1978 -Comunicado conjunto sobre el establecimiento de relaciones diplomáticas- y el tercero en 1982) en los que se reconoce a Taiwán como parte del territorio Chino. Ya la O.N.U. había hecho lo propio en 1971 en la resolución 2758.
Esta posición internacional fue mantenida y respetada de forma ininterrumpida hasta la llegada de Donald Trumph al gobierno del país norteamericano.
Pero, como dicen muchos analistas, EE.UU. no es muy fiel a sus posicionamientos internacionales, máxime cuando están en juego sus intereses geopolíticos: el “orden internacional basado en reglas” que ellos sostienen, viene con el entendimiento tácito de que ellos se reservan el derecho a desestimar o cambiar dichas reglas según les convenga. Por algo ellos son los que las dictan.
Dicho eso, podemos ahora entender la contradicción de la cancillería norteamericana que, mediante el embajador estadunidense en China, Robert Nicholas Burns, le pedía al gigante asiático hace un mes, en el Foro Mundial de la Paz en Beijing, que apoyara la postura de la OTAN contra Rusia por la invasión a Ucrania, por violar el principio de la soberanía y la unidad del territorio (los mismos principios que Argentina esgrime en relación con Malvinas y que Gran Bretaña, miembro de la misma OTAN, desconoce cínicamente). Pero resulta que ese mismo principio, que en la potencia asiática se conoce como “dos sistemas, una China” (dos sistemas de gobiernos – “comunista” en la China continental y “democrático” en Taiwán- pero un solo país), fue flagrantemente violado por la visita de la legisladora occidental, realizada sin autorización y en contra de varios pedidos expresos de altos funcionarios chinos.
Por tal motivo, el Ministerio de Relaciones Exteriores de China convocó al embajador estadounidense, una dura medida en el campo diplomático, quien ahora no hace más que mantener un silencio que evidencia lo injustificable de la temeraria “aventura de Palosi”, que pone sobre el tapete la incongruencia de la diplomacia del país del norte.
Con esta provocación, Estados Unidos demostró una vez más su desdén por los derechos de otras naciones. Ante ello, una pregunta se impone: ¿cómo puede la principal potencia mundial pedir que otros hagan lo que ella no hace, exigir –muchas veces manu militari- que los otros miembros de la comunidad internacional respeten los principios del derecho internacional que ellos no titubean en violar?
Por lo tanto, como explica el periodista Pepe Escobar, la respuesta del país oriental a esa afronta “será inevitable […] calculada, precisa, dura, a largo plazo y estratégica, no táctica. Eso lleva tiempo porque Beijing aún no está lista en una variedad de dominios en su mayoría tecnológicos”.
Para comenzar, como explica el periodista, además de sancionar dos fondos taiwaneses, China acaba de prohibir la exportación a Taiwán de silicio (producto esencial para la industria electrónica), lo que impactará negativamente en los sectores de alta tecnología de la economía global.
Eso sin contar con postergación indefinida de la construcción de una planta de fabricación baterías para vehículos eléctricos (CATL) en toda América del Norte, que abastecería a Tesla y Ford, cuyo precio está estimado en 5.000 millones de dólares y emplearía a 10.000 operarios.
En conclusión, según Escobar, las maniobras de China no serán militares sino que “se concentrarán esencialmente en un bloqueo económico progresivo de Taiwán, la imposición de una zona de exclusión aérea parcial, restricciones severas del tráfico marítimo, guerra cibernética y el Gran Premio: infligir, por elevación, daño a la economía estadounidense.
