
POR FABIAN ARIEL GEMELOTTI
Siempre que hablo de coleccionismo me voy al norteamericano Mark Twain y al francés Louis Pergaud. Los dos son grandiosos, dos novelistas satíricos que escribieron dos novelas que me apasionan. Twain escribió «El Forastero Misterioso» (su novela más grandiosa) y Pergaud «La Guerra de los Botones». Ya en Las aventuras de Tom Sawyer (y mejor aún en Huckleberry Finn) el norteamericano desnuda al hombre en su afán de aventuras. La Infancia marca esa cosa que tenemos todos los hombres por hacer de la vida una aventura. Para el hombre la vida es diversión y sin divertimento no hay vida. El hombre es coleccionista por diversión. Pero siempre me quedo con El Forastero Misterioso, esa novela publicada recién seis años después de la muerte de Twain. En un pueblo de Austria en 1590 se le aparece a tres adolescentes un forastero que usa la magia como diversión y modifica las vidas de los aldeanos. Ese forastero dice llamarse Satanás, ¿es el Diablo o un ángel del Cielo? El forastero tiene esa cosa tan versátil de la literatura norteamericana que es la dualidad de las personalidades. Lo bueno y lo malo en Twain cobra otro sentido a la tradición literaria clásica. Rompe moldes tradicionales. Twain siempre pone afán en la infancia; los niños son sus personajes preferidos. El personaje adulto y serio y responsable de la tradición literaria clásica se quiebra; porque las novelas de Twain arraigan en lo infantil.
Twain fue un autodidacta, sin educación superior y que trabajó de muy niño para ayudar a su familia. Fue tipógrafo, marinero y minero. Escribía con errores ortográficos y sintácticos y recién después de los treinta años pudo encontrar el equilibrio justo para sus novelas. Su literatura es aventuras y aventuras, siempre con personajes infantiles que ponen en evidencia y en ridículo a los adultos. Si Julio Verne fue el cultor de la novela del adulto serio y responsable y Salgari de lo exótico y los nacionalismos anti colonialistas; Twain fue el cultor de la sátira infantil y de la visión de la vida con ojos de adolescentes.
La «Guerra de los Botones» de Pergaud se inscribe también en esa tradición de la infancia. Dos bandos de chicos juegan a la guerra con piedras. Organizan ejércitos con mandos. Se pelean y se agreden. Sobre todo es una Novela de Aventuras, pero la guerra como instrumento de agresión está vista con ojos de niños.
¿Por qué esta litetatura marca el coleccionismo adulto? Porque todo coleccionista está marcado por la literatura de aventuras; por las colecciones de libros mal traducidos y baratos. La colección Robin Hood, amarillas y de traducciones dudosas fueron las primeras en leerse por los niños de muchas generaciones. También tenemos las Ediciones de Anaconda y las de Billiken, estas últimas de pésima redacción pero tan hermosas que cuando las veo las compro; sus tapas son fabulosas.
Los viajes de Gulliver fue mi primer libro de aventuras, a los seis años. En la colección de Editorial Bruguera, esos libritos ilustrados de tamaño pequeño. Después vino La isla misteriosa, ya en una edición ilustrada de tamaño grande. Y después Guillermo Tell. Todas adaptaciones para niños. Después de adulto uno se da cuenta que no son libros escritos para niños, sino para adultos. Ya a los ocho años me había leído todo Julio Verne en Bruguera. Y uno se hacía una idea errónea de esa literatura. Pero esos «errores» y pésimas interpretaciones fueron fundamentales para llevarnos de adulto a las ediciones de buenas traducciones. Gracias a adaptaciones pudimos los niños de mi generación meternos en la literatura. Se leía muchísimo antes (o por lo menos eso creo yo).
Saturnino Calleja es el que adapta toda esa literatura de aventuras al mundo infantil. Muchos critican esos libros, pero esas adaptaciones hicieron popular al género. En finales del siglo 19 y principios del 20 Calleja lleva a Julio Verne, a Alejandro Dumas y Twain al libro para chico. Ahora esas ediciones cuestan fortunas y son muy buscadas por sus tapas coloreadas y dibujadas por grandes dibujantes. Todas venían firmadas por el dibujante en las tapas. Así nuestros bisabuelos, abuelos y padres se metieron en la literatura en sus infancias. El español fue un empresario de la literatura e hizo un imperio con la novela. ¿Al fin y al cabo los libros no son también parte de la industria capitalista y del consumo?
Hay una visión muy prejuiciosa de la literatura de aventuras. Al policial negro se lo ha santificado y se lo hizo de culto. Y es «literatura mayor», pero en los años 20 era «mediocridad mal escrita». Pero todo se institucionaliza y lo que es clase B pasa a ocupar el canon literario. La literatura de terror también fue santificada. Pero a Poe en vida no lo leía nadie y muere en la obscuridad y sin reconocimiento. Pero con la Literatura de Aventuras ocurre algo muy raro, todavía se la sigue considerando «Literatura Infantil». Tengo la colección de Julio Verne completa, la que salió hace tres años (las ediciones originales de época de buenas traducciones). El kioskero me las guardaba y me decía: «¿son para el nené?». Yo decía «sí». Me daba vergüenza decir que eran para mí. Me leí todo Verne en las buenas traducciones del francés al español de Anaconda, pero quería esas ediciones del original con las ilustraciones y tapas de época.

Un día estaba en el patio de Humanidades leyendo un libro. Se me arrima una profesora de Letras y mira lo que estoy leyendo. Estaba leyendo Veinte mil leguas de viaje submarino (yo tenía 21 años, una eternidad) y me dice: «¿pasando el tiempo?», no dije nada y no le di importancia a lo que me dijo. Yo estaba muy concentrado en la personalidad del Capitán Nemo y la profesora me subestimó. Algo que un profesor de Letras nunca debe hacer con un alumno. Es más ilustrativo y divertido y más interesante leer a Verne que leer a Cortázar y algo tan aburrido y denso como Rayuela. Los libros de Cortázar sirven nada más cuando escasea el papel higiénico.
Odio Mafalda también. Y odio con toda mi alma la poesía romántica; en definitiva la poesía no me interesa. Lo mío es el ensayo y la novela y el cuento y el relato. Y el cine y la historieta. Y las mujeres.
Amo a Cervantes y a Verne y a Twain. No podría vivir sin sus libros. Tampoco podría vivir sin mujeres. Pero eso ya es tema para otro ensayo.
DECIA POE: «UNA MUJER DESNUDA ES UN PLACER LITERARIO»