
ESCRIBE FABIAN ARIEL GEMELOTTI
Rosario supo tener una noche muy diferente a la actual; una noche de cine y del cine a la pizzería y de la pizzería al telo. Las parejas ( u ocasionales romances ) siempre terminaban en el telo. Eran los ochentas o principios de los noventa, una época lejana en el tiempo que transcurrió en una mezcla de filmes de terror y policiales y un polvo en el telo.
La palabra telo es una combinación que viene del lunfardo, según los diccionarios de lunfardo que están ahí en mi biblioteca y no es necesario citar a rajatabla. Acá la bibliografía es oral, lo que un amigo te comenta o lo que uno vivió y perdura en la memoria como historias que jamás se publicaron en papel. Hay una historia negada por los Historiadores Rosarinos, esa Historia de la Noche Marginal o No Marginal pero que no es el establishment que los intelectuales de la ciudad quieren plasmar en la literatura rosarina.
Está Prostitución y Rufianismo, un libro que se construye más como mito que como realidad oral de lo que fue Rosario. En ese libro se habla desde un lugar privilegiado del intelectual convencional que quiere hacer de Rosario una Chicago de Policías y Prostitutas y moralidad y malas costumbres. Es el libro de los intelectuales del Establishment Rosarino. No lo considero buena bibliografía, pero sí un libro interesante y que hay que tener en la biblioteca. Después tenemos a Álvarez y su historia de Rosario. Un libro necesario pero del cual no se puede decir que es la cúspide de la historia de la ciudad. Y después tenemos los diarios de Rosario que construyeron una historia de Rosario ficticia y al servicio de la clase empresarial. Solamente consulto los matutinos por su fotografía, La Capital supo tener buenos fotógrafos y tengo mi archivo personal en mi biblioteca de diarios y revistas.
No quiero desprestigiar la bibliografía sobre Rosario, hay cosas interesantes y cosas que no lo son; pero prefiero la bibliografía oral y lo que la memoria conserva como testimonio de una Rosario jamás narrada.

En los ochenta el telo fue muy importante, porque el telo era al cine como la medialunas al café con leche. Íbamos al cine y después a comer pizzas. Estaba la Pizzería Argentina (todavía está) y la Buena Medida, los bares que uno frecuentaba. El Ancla ya era otra cosa, el bodegón del mondongo y si tenías unos pesos de más que sobraran en el bolsillo. Primero conocías a la chica en el Barrio o la Facultad si tenías la suerte de estudiar una carrera universitaria. Los sábados el trasnoche era obligatorio porque en la butaca los besos de lengua estaban «permitidos» en esa obscuridad donde solamente había parejas. Los solitarios del cine iban a la tarde, pero ir al cine solo de noche era agarrarte una calentura muy grande si no tenías una teta para manotear.
El Cine Radar era la panasea de las parejas. O el Gran Rex. Uno iba con la novia nueva y entre besos y caricias la pareja se iba conociendo. Te daban un programa especial en los trasnoches que siempre terminaban arrugados y mojados por la transpiración del culo del pantalón porque se guardaban en el bolsillo de atrás. Eso no importaba porque todavía uno no pensaba al objeto como algo coleccionable.
Después del cine era obligatorio ir a comer pizzas porque era la forma romántica de convencer a la chica para luego ir al telo.

Mi viejo me contaba que en su época se decía amueblada, como si en ese lunfardismo el sexo estuviera asociado a un mueble. Pero después descubro que amueblada está asociado a algo así como «amurado» y «sucio», una forma de relacionar al sexo con la «suciedad moral», la trampa de llevar engañado ahí a la mujer. Mi padre me decía que no era fácil llevar a una chica a un hotel porque las chicas eran vigiladas por los padres. En los bailes iban con la madre y para bailar había que pedir permiso a la señora madre y si la madre aceptaba la chica salía a bailar; pero nada de toqueteos o de lentos. Era el tango y la poesía de la tristeza.
Pero en los ochenta hay otra onda que ya venía de los setentas. En los ochentas había que coger porque la «liberación» pos dictadura trajo toda una nueva concepción del sexo. El cine era otro y la forma de ver cine era algo nuevo porque ir al cine era ir a la obscuridad y al silencio. El cine de los cuarentas y cincuentas fue un cine del ruido y se comía y en algunos cines hasta se fumaba. Esa obscuridad trajo que ir al cine con una chica era la previa del telo. La chica lo sabía y nuestros padres también. Las chicas adquieren libertad de decisión y quieren sexo ocasional. Ya no es «pecado» ir con el novio abrazados y darse un buen beso en una esquina. Los asaltos en las casas (el asalto era un baile con mucho rock y cervezas donde había roce de los cuerpos) eran la ocasión de conocer a alguien.

Los telos de la Terminal de Ómnibus eran los más concurridos. Ya ir a la Circunvalación a Las Brujas o El gato negro era para el que tenía auto o moto. Eran caros esos telos y los que iban después contaban aventuras extravagantes como si hubiesen ido a una aventura de película norteamericana. Jugaba ahí la fantasía porque eran telos de «lujo» y el objetivo que era tener sexo era lo único que importaba. Los telos de la Terminal eran los más comunes pero había uno que tenía cama redonda. Conseguir esa cama redonda era una suerte que no todos tenían. Una vez con una novia conseguimos la cama redonda y mi novia llevó una cámara de fotos y le sacaba fotos a la cama para mostrarle luego a las amigas. Recorrimos la habitación y perdimos mucho tiempo en contemplar todo el mobiliario. A las dos horas te llamaban y tenías que irte porque tu turno había terminado.
Tiempos de cine, pizzerías y telos y donde no había inseguridad y donde había amor y pasión y unas ganas locas de besar a quien amabas porque eran los tiempos de la liberación sexual.
