
POR FABIAN ARIEL GEMELOTTI
La Hamburguesa es un Placer de los Dioses. La Hamburguesa bien picante, con tomates y salsas mexicanas y con pan bien crocante. Siempre acompañada con Coca Cola. Hay un libro grandioso del norteamericano Mark Pendergrast (Dios, Patria y Coca Cola), un libro sobre la historia de Coca Cola. Tira abajo muchos mitos y también muestra la cara oculta de la comida llamada chatarra. El libro tiene ese estilo picante de los escritores de la patria del consumo. Es un libro excelente. De la Hamburguesa Yanqui a los Carritos de Choripanes Nacionales hay un camino que recorre paladares. No hay como un choripan con cerveza. Me gusta el carrito de Carlitos y los que están en la Circunvalación. En los ’90 me iba con una novia a los telos de la ruta y después hacíamos una hamburguesa grasienta con mucho chimichurri y tomates y cerveza. Una especialidad de los carritos donde de noche las cucarachas conviven muy bien con las salsas. El chori mientras más grasa tiene y la salsa es más espesa es más rico. Después el baño se ocupa de evacuar la mierda, una mierda placentera.
En la Terminal había un pasillo que vendía choripanes re picantes. Eran fines de los noventa. Quedaba enfrente del Patio de la Madera. Con una novia/compañera de trabajo nos hacíamos escapadas después del trabajo y comprábamos cinco y pasábamos la tarde en un hotel de una cortada. Un hotel bien berreta que cerró hace unos años. Y ahí en esas camas de colchones viejos y sábanas cosidas de gastadas y baño rústico vivíamos un amor trampa que entre cervezas, choripanes, chimi, y lectura de libros y sexo fuerte y otras yerbas fue armando una pasión que después plasmé en una novelita de ochenta páginas, una edición de quinientos ejemplares que nadie creo leyó. Se vendieron ocho ejemplares de quinientos. Regalé cien. Y me quedan todavía muchos. Sexo, telo y choripanes, ese es el título.

El Chori Nacional es una Industria Marginal. Manejado por marginales, desclasados y gente pesada. El chori sale de la villa o barrios pobres para consumo de la clase media. La clase media con el chori se siente «marginal» pero no es marginal. Por más que se coma un chori, se ponga un pantalón roto y vaya a la popular y se meta con la barra, la clase media no es marginal. La clase media es esclava de sus horarios, su educación y sus preocupaciones de bienestar y su casa y sus vacaciones de apariencia y todo eso que hace que alguien con trabajo estable sea un esclavo del sistema. Pero el chori da esa sensación de ser marginal por un ratito. Los vendedores de chori hacen mucha plata en los partidos. Digamos para actualizar en pesos lo que sería ahora, pueden hacer de cien a doscientos mil pesos por partido cada carrito; después está el reparto del patrón marginal y el que vende el producto poniendo la jeta. De eso un porcentaje va a los que permiten el puesto. Muchas cosas maneja la marginalidad, desde el chori a la venta de antigüedades. Ese es otro tema que traté en mi último libro publicado y estoy ampliando para una edición nueva (Las librerías de viejo de Rosario).
Pero ahora lo que importa es el chori. Una novia de clase alta es mejor compañera para ir a un carrito que una novia de clase baja. Las chicas de la abundancia se bancan un choripán y una Coca. La chica pobre, como siempre le faltó todo, quiere el buen restaurante y la apariencia. Prefiero las mujeres burguesas. Pero hay que comer de todo en la vida. El choripán no hace mal a la salud, es saludable. Es felicidad. Tiene carne, tomates y lechuga. Tiene naturaleza. La Coca es felicidad también. El vino hace bien a la vida también. Sobre todo un buen vino natural y bien rojo. Esos vinos que se meten despacio al cuerpo. Siempre acompañado con un Marlboro.
En Tijuana, México, me comí los mejores tacos. Y también unas tortillas picantes que son mejor que los tacos. Estaba en Tijuana y sentía miedo. Me habían dicho que ahí te matan y te descuartizan. No pasó nada. Nunca vi algo tan bello como Tijuana. De San Diego uno pasa en taxi y camina horas por la ciudad. Estaba solo, 24 años, y el pelo largo. Y un aro y pantalones rotos y barbudo. Siempre tenemos una idea formada de muchos lugares, una idea que forma la TV y la gente que habla sin saber. En Marruecos la gente es amable. En Cuba la gente es muy amable. En Nueva York hay muchas librerías y museos. En Rosario no hay nada, cada día más fea. Solo quedan los carritos de hamburguesas y las ricas hamburguesas de Billy Lomito. Me gusta Billy, porque es un lugar para clase media donde uno come la hamburguesa y se siente reivindicado como clase.
La hamburguesa y el chori y la Coca y el Marlboro y el sexo y la Literatura y la Historia y las figuritas de fútbol y las mujeres delgadas y de tetas pequeñas y las motos y el fútbol y las pesas y las artes marciales y mirar el techo acá recostado en la cama haciendo fiaca.
Recuerdo al viejito de la cancha de Ñuls que vendía maní con cáscara, el cucurucho armado con diarios y adentro una cantidad abundante de esa cosa deliciosa llamada maní con cáscara. Pero el viejito merece un libro, no dos páginas. Ya voy a dedicarme tiempo al maní con cáscara de la cancha.
