
«PERSONA DEL AÑO» A JOE BIDEN Y KAMALA HARRIS
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ESCRIBE ALBERTO CORTES

LA ASUNCION DE JOSEPH BIDEN Y KAMALA HARRIS EN LA PRESIDENCIA Y VICE DE LOS EE.UU. viene teniendo una relevancia particular, por encima de muchos otros recambios presidenciales producidos en ese país, por una cantidad de circunstancias especiales.
Entre ellas se destacan el producirse en medio de la pandemia de coronavirus, que ha alterado sustancialmente la vida y la economía en todo el planeta, pero que en los EE.UU. –fruto del enfoque negacionista de Trump– ha sido particularmente dura en términos humanos:
Así, mientras ese país tiene el 4,3 % de la población del mundo, tiene el 19,6% de los fallecidos. Esto en el país más rico del planeta, que podría haber volcado más recursos que ningún otro en atender el frente sanitario y que además no tuvo la desventaja de haber sido el primer lugar de despliegue del virus, sin conocimiento de experiencias previas, como le ocurrió a China. Podría….si hubiera querido.
También singularizan este cambio de mando otras características de la era Trump, muchas de las cuales se avizoraban desde su inicio, pero que hoy están tan a la vista que sólo una semana antes amenazaron no solamente la integridad del edificio del Congreso, por primera vez en 207 años, sino también la vida de los congresistas: La profunda fractura en la sociedad norteamericana que llevó a la presidencia a un personaje que – aunque es un multimillonario que defendió los intereses de la oligarquía que gobierna los EEUU, tanto como cualquier presidente anterior – era un outsider de la política norteamericana y encarnó –y encarna- bastante ajustadamente la disconformidad de una gran parte de la sociedad de ese país con la marcha general del mismo y que pretende cambiarla, por derecha.
El discurso de inauguración de Joe Biden tuvo un eje claro: La necesidad de la unidad del país. No solamente la grieta tiene una dimensión tal que muchos han hablado de amenaza de guerra civil, sino que resulta poco viable intentar recomponer un rol hegemónico del país en el mundo –objetivo compartido tanto por la dirigencia Demócrata como por la Republicana y el Trumpismo- con un frente interno tan fisurado. Lo expresó explícitamente al proponer: “…que nuestra Nación asegure la libertad en casa y vuelva a ser un faro para el mundo”.
El llamado a la unidad, lo más reiterado, no fue hecho sobre la base de conciliar con el Trumpismo más extremista, ya que dijo: “..Y ahora un alza en el extremismo político, supremacismo blanco, terrorismo doméstico que debemos confrontar y derrotaremos”.
Se espera una actualización de la Ley Patriota, que en inglés es el acrónimo de “Ley para unir y fortalecer América proveyendo las herramientas apropiadas, requeridas para impedir y obstaculizar el terrorismo”, impulsada por George Bush inmediatamente después de los atentados del 11 de setiembre de 2001 y reformadas ya un par de veces; que básicamente son limitaciones a los derechos humanos, las libertades civiles y piedra libre a los organismos de inteligencia y seguridad. Supuestamente apuntaría a los extremistas de derecha, pero una vez sancionadas las leyes, se pueden usar contra cualquiera.
Biden ennumeró lo que visualiza como sus mayores desafíos diciendo: “..un ataque a la democracia y la verdad, un virus furioso, creciente inequidad, el aguijón de un racismo sistémico, un clima en crisis, el rol de EEUU en el mundo.”
Es decir que si luego los hechos se condicen con las palabras – lo que está por verse -, la agenda del nuevo presidente contiene algunos puntos progresivos, sobre todo en la política interna del país, especialmente al compararla con Trump: Política seria contra el virus en lo interno y retorno a la Organización Mundial de la Salud, retomar algún compromiso climático, totalmente abandonado por el presidente anterior, volviendo al Tratado de París. También debutó con algunas medidas opuestas a la política migratoria de Trump, aunque habrá que ver con cuidado la realidad, sin olvidar que Obama – de quien Biden era el vice -, detrás de un discurso progre, en varias etapas deportó más inmigrantes que Trump.
Esto no debe crear la menor falsa expectativa respecto a los objetivos de Biden a nivel mundial: El nuevo Secretario de Defensa, Lloyd Austin, no sólo comandó la fuerza invasora a Irak en 2003, sino que pasó sus últimos años en el directorio de una de las más importantes empresas del complejo industrial-militar. No son empresas precisamente interesadas en que se abra una era de paz en el mundo.
Además, aunque Trump se caracterizaba por un discurso belicista y confrontativo, tanto interna como internacionalmente; también se ufana –terminado el mandato-, que fue uno de los pocos presidentes estadounidenses que no empezó ninguna guerra (aunque siguió las que le dejaron empezadas). Incluso fue muy crítico de las previas invasiones norteamericanas en medio oriente. Obama, en cambio, y en especial su Secretaria de Estado, Hillary Clinton, tuvieron papeles destacados en destruir Libia y Siria. En el primer caso, bajo el liderazgo de Khadafy, que había pasado décadas confrontando con Occidente, incluso con actos terroristas, pero que había recompuesto esa relación en la primer década del milenio, Libia había llegado a ser el país de mayor desarrollo humano de África y estaba también al tope de varios indicadores económicos y sociales. Esto a pesar de su compleja realidad social, con unos 140 grupos tribales distintos, muchos de ellos nómades, que en los 40 años de la era Khadafy habían logrado una armonía razonable. El apoyo abierto de la O.T.A.N., con el encabezamiento de Francia y Gran Bretaña, pero también con intervención decisiva e imprescindible de EE.UU., y también otros países, apoyando indirectamente a las fuerzas antigubernamentales; terminaron con la derrota y linchamiento de Khadafy – linchamiento festejado públicamente por Hillary Clinton-; y el cambio de situación de Libia que es hasta hoy un país en guerra con al menos dos gobiernos y la caída estrepitosa de todos los logros económicos y sociales del período anterior.
Algo similar intentaron luego en Siria, desde el 2013, pero en este caso, Rusia y China –que en la situación Libia se habían abstenido en el Consejo de Seguridad de la O.N.U. de vetar la resolución favorable a la intervención de la O.T.A.N.–usaron en el Consejo su facultad de veto y Rusia respondió favorablemente al pedido del Gobierno Sirio de apoyo militar. A pesar de las reiteradas y públicas declaraciones de los funcionarios estadounidenses a favor del derrocamiento del gobierno sirio, no consiguieron su objetivo como en Libia y trabajan ahora para que al menos Siria sea un país casi tan anarquizado como aquél. Mientras, EE.UU. ocupa ilegalmente parte de su territorio y aprovecha entretanto las riquezas petroleras del mismo.
El nuevo Secretario de Estado, Anthony Blinken, ha tenido posiciones aún más intervencionistas en estas cuestiones.
Cabe señalar que el Gral. Wesley Clark, ex comandante general de la O.T.A.N., escribió en 2003, que ya en 2001, EE.UU. había tomado la decisión de invadir Afganistán, Irak, Siria, Líbano, Libia, Somalia, Sudán y culminar con Irán. Como se deduce de todo lo ocurrido después, hay planes que comparten estratégicamente tanto republicanos como demócratas.
Habría sido muy positivo que Biden diera una definición como la de Bernie Sanders que, en 2016, al ser preguntado por cuál era la mayor amenaza a la seguridad de los EE.UU., respondió sin dudar: “EL CAMBIO CLIMATICO”.
O tal vez, y dado que el «Coronavirus» es el primer enemigo inmediato que se propone atacar, podría haber jerarquizado un homenaje o reconocimiento a los Trabajadores de la Salud, que en todo el planeta, y también en EE.UU. están a la vanguardia en esta lucha.
En cambio, eligió terminar su discurso con estas palabras: “Que Dios bendiga a los EE.UU. y que Dios proteja a nuestras tropas. Gracias, EE.UU.”
