
POR ALBERTO CORTES

El Senador y ex-Candidato Presidencial Estadounidense Bernie Sanders afirmó que las autoridades rusas ven como una amenaza una Ucrania en la O.T.A.N. y agregó que Rusia, como EE.UU., tiene interés en las políticas de seguridad de sus vecinos. «¿Alguien cree realmente que EE.UU. no tendría algo que decir si, por ejemplo, México formara una alianza militar con un adversario estadounidense?», preguntó.
Recordó que durante los últimos 200 años Estados Unidos ha operado bajo la Doctrina Monroe, «abrazando la premisa de que como potencia dominante en el hemisferio occidental», el país norteamericano tiene derecho a intervenir contra cualquier país que pueda amenazar sus supuestos intereses. «Bajo esta doctrina hemos socavado y derrocado al menos una docena de gobiernos», apuntó. «En 1962, estuvimos al borde de la guerra nuclear con la U.R.S.S. en respuesta a la colocación de misiles soviéticos en Cuba, a 90 millas de nuestra costa, que la administración Kennedy consideró una amenaza inaceptable para nuestra seguridad nacional».
En un debate durante la campaña para las primarias demócratas de 2016, todos los pre candidatos fueron preguntados sobre cuál era la peor amenaza para la seguridad de los EE.UU. y las respuestas se repartían entre China, Rusia, etc. menos Sanders que respondió sin vacilar: “El cambio climático”. Pero: ¿Qué armamento podrían vender las corporaciones del complejo industrial militar (parte esencial del verdadero poder que gobierna los EE.UU.) contra el cambio climático? Obviamente ninguno: No es casual entonces que el Comité Nacional Demócrata –que supuestamente debía ser neutral en la primaria– interviniera ilegalmente de varias formas para asegurarse que Hillary Clinton y no Sanders fuera el candidato demócrata a la presidencia de esta sociedad pretendidamente “DEMOCRATICA”.
En 1962 Cuba era una Nación Soberana que obviamente tenía todo el derecho de acuerdo a las leyes internacionales de instalar en su territorio las armas que quisiera. Sin embargo, los EE.UU. establecieron en su torno un bloqueo naval, porque consideraron que esas armas tan cerca de su territorio eran una amenaza inaceptable a su seguridad. Varios personajes, sobre todo militares, del entorno de Kennedy propusieron medidas aún más extremas, que seguramente habrían desatado esa guerra nuclear de la que se estuvo tan cerca. EE.UU. no esperó a que los misiles estuvieran operativos, sino que actuó antes. Después de muchas jornadas con el planeta con el corazón en la boca, se negoció que la U.R.S.S. retiraría los misiles de Cuba y –meses después y en forma discreta– la O.T.A.N. retiraría los que tenía en Turquía, próxima a la U.R.S.S.
Hoy igualmente Ucrania, como Nación Soberana podría –de acuerdo al derecho internacional–entrar en la O.T.A.N., albergar misiles en las cercanías de Rusia y eventualmente arrastrar a toda la alianza atlántica a una confrontación bélica con esa Federación por alguno de los varios conflictos que tiene con ella. Es evidente que Putin no iba a permitirlo, tal como Kennedy no aceptó los cohetes en Cuba en 1962, por legales que fueran. Ambos países consideraban suicidas esas concesiones y que rechazarlas por el camino tan duro como fuese menester valía los riesgos que cada uno asumió, para evitar guerras mucho más catastróficas para sus países en el futuro.
Es indudable que la acción militar de Rusia en Ucrania viola el derecho internacional. También lo hizo el bloqueo a Cuba en 1962, la invasión de Irak, la de Afganistán, las numerosas invasiones estadounidenses a países latinoamericanos, su actual presencia militar en Siria, las medidas coercitivas unilaterales impuestas por EE.UU. y aliados a Rusia, Venezuela, Irán, Cuba y muchas naciones más, los asesinatos extrajudiciales y selectivos con drones o comandos y una lista larguísima de otras acciones, que de acuerdo a la Carta de la O.N.U. sólo podrían adoptarse por resolución del Consejo de Seguridad de la misma. Todas estas iniciativas se hacen invocando la seguridad nacional de los EE.UU. En casi todos los casos, falsamente. En realidad no son para intentar preservar la “SEGURIDAD” nacional de los EE.UU., sino la “SUPREMACIA” nacional de ese país. País construido –vale la pena recordarlo– invadiendo otro: México – y apropiándose de más de la mitad de su territorio.
Lo real es que ninguna Nación con cierto poder militar va a permitir que se construya una amenaza demasiado grande a su seguridad si puede evitarlo, aunque sea violando el derecho internacional. Primero intenta la diplomacia, pero cuando la ve agotada, pasa a los hechos.
Al disolverse la U.R.S.S., numerosos funcionarios norteamericanos y atlantistas aseguraron que la O.T.A.N. no se ensancharía “ni una pulgada” hacia Rusia. Esta, reclamó en vano el cumplimiento de esa promesa durante las tres décadas siguientes en las que la alianza incorporó a 12 países hacia el Este, buscando cercar a la Federación Rusa desde el Oeste y pretende hacerlo también desde el Sur, incorporando a Georgia, en el Cáucaso asiático. País que, con sus Repúblicas escindidas Abjasia y Osetia del Sur en la guerra del 2008, guarda bastante paralelismo con las actuales Ucrania, Donetsk y Lugansk (Abjasia es el único país además de Rusia que acaba de reconocer la independencia de las dos naciones del Donbass). Pero, al estar en Asia y no Europa –que muchos consideran el corazón del mundo– pasaron bastante más desapercibidas.
Ucrania es la línea roja que no iba a ser aceptada. Hace tres años, bajo Trump, los EE.UU. se retiraron unilateralmente del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, justamente las que podrían ir a instalarse a Ucrania, si entrara en la O.T.A.N., lo que agudiza para Rusia el peligro de una eventual Ucrania en la O.T.A.N. Para echar un poco más de leña al fuego, el último sábado 19, el presidente ucraniano declaró que su país podría reconsiderar su renuncia a tener armas nucleares, acordada en 1994.
Además, los 14.000 muertos, más de 3.000 de ellos civiles, de la guerra del Ejército Ucraniano contra las Repúblicas del Donbass que pretenden independizarse de Ucrania, son otro factor de peso: Durante ocho años, el gobierno de Kiev, empujado por los poderosos grupos de ideología nazi que activan en el sector pro-occidental del país, se negó a establecer las negociaciones conducentes a fijar reglas de autonomía, dentro del estado ucraniano, con las repúblicas rebeldes, como había firmado en Minsk, ni sancionó las amnistías allí previstas. Por el contrario, la ruptura del alto el fuego, por ambos bandos, fue una constante. Se aceleró en la última semana. Fundamentalmente por parte del ejército ucraniano (que incluye elementos fascistas como el Batallón Azov) y apuntó principalmente a destruir los servicios básicos, como el agua potable, de las regiones rebeldes a Kiev. Los ciudadanos de la región son mayoritariamente rusos o ruso-parlantes y tienen también esa nacionalidad.
Así las cosas, el lunes 21 Rusia reconoció la independencia de las Repúblicas Populares de Lugansk y Donetsk. Luego, el Secretario de Estado norteamericano notificó a Rusia que suspendía las negociaciones en curso. Cerrada así la vía diplomática, al día siguiente, Rusia inició acciones bélicas contra la infraestructura militar ucraniana. La O.T.A.N. dejó en claro que no intervendrá con sus tropas más allá de las armas que le vendió (no regaló) a Ucrania, que son mucho más aptas para atacar a los independentistas del Donbass, que para defenderse de un ataque ruso, ya que son de corta distancia, mientras que Rusia lanzó, por ejemplo, la mayoría de sus misiles desde el propio territorio ruso. En medio del ataque, el presidente ucraniano, Vladímir Zelenski dijo: “Nos dejaron solos”.
Según las declaraciones de Putin, no aspira a ocupar Ucrania, sino a desmilitarizarla, desnazificarla y terminar con el genocidio de las poblaciones del Donbass. Seguramente pretenderá dejar tras de sí algún gobierno ucraniano similar al que había ganado las elecciones de 2010 y que fue derrocado en 2014 con el golpe de Estado denominado Euromaidan, encabezado por los sectores nacionalistas de extrema derecha y apoyado por EE.UU. y sus aliados.
Rusia sabe que se enfrenta al riesgo de grandes represalias económicas –mal llamadas sanciones– que resentirán su economía. Los países de la O.T.A.N. magnifican deliberadamente en su retórica el impacto que tendrán. Puede que el deterioro en las condiciones de vida del pueblo ruso impulsen un cambio de gobierno, por uno más permeable a Occidente, y que esta sea la apuesta de Biden.
Pero es tan o más probable, que –como viene haciendo con las “SANCIONES” que ya le aplicaron– se vea impulsada a desarrollar una economía aún mucho más independiente de Occidente y además estreche vínculos con China, lo que es justamente la peor pesadilla de los Norteamericanos, además de la otra, que es el acercamiento ruso-europeo. Por otra parte esas “SANCIONES” perjudican económicamente también a los propios países de Europa Occidental, especialmente a Alemania. Ni hablar si la guerra se extendiera: Sería en Europa Central, no en EE.UU. Ni siquiera en Gran Bretaña.
Una vez más, la mejor noticia posible sería que la política –en este caso la diplomacia– se convierta en la continuación de la guerra por otros medios.
