
ESCRIBE FABIAN ARIEL GEMELOTTI
El polvo en los libros es hermoso, suciedad dirían algunos. Yo lo veo como un polvo mágico que se va acumulando descansando el libro en los estantes de mi biblioteca. Limpiar y ordenar es un trabajo cotidiano que me da placer, pero no me obsesiona porque sé dónde está cada libro de mi biblioteca. Una biblioteca personal nunca va a estar ordenada, porque ordenar es una tarea hasta el último suspiro de vida. Cuando muera van a liquidar todo mi pasado a los usureros de libros, esa casta nefasta que son los revendedores modernos, marginales de la cultura que van como ratones de lo ajeno y pagan con monedas lo que al lector le costó sudor y dinero acumular por años. Es la Ley de las bibliotecas personales. Y otra parte de mi biblioteca será donada a bibliotecas obsoletas porque ya nadie va a leer a bibliotecas. Y otros libros serán alimentos de cartoneros que los venderán por papel a empresarios marginales de depósitos de reciclaje.
Pero todavía estoy vivo y no me preocupa tanto el destino de mis libros. Cuando muera que se ocupen otros de limpiar el polvo acumulado en mis estantes personales.

¿Cómo llega un libro a ser consumido? El escritor es el que fábrica el producto (escribe y ese escrito es un producto de venta), una vez hecho el producto hay que envasarlo (edición, libro, papel) y venderlo (publicidad, medios y distribución). Un escritor famoso vende fácil, porque su producto es envasado por multinacionales del libro con todo un aparato mediático para la venta. En mi caso, y el de cualquier otro que no esté en el mercado, ese producto no tiene difusión y si no hay difusión mediática no se vende. El libro es un producto de consumo y está sujeto a las leyes del mercado. Pero listo, no voy a gastarme en hablar de algo que a nadie le interesa.
De tres tiradas se vendieron en total solamente 120 libros (el libro está en 22 librerías de Rosario). Y regalé 198 libros. Una forma de decir regalar porque si le digo a alguien «son dos mil pesos» no te lo paga. Y para hacerla más fácil lo regalo a personas que sufren el sindrome del «bolsillo amarroco», un sindrome muy propio de los rosarinos. El rosarino es miserable por naturaleza. Aparte nadie paga un producto que no fue mediatizado antes. Cuando entro a una casa de un amigo o conocido o desconocido lo primero que buscan mis ojos son sus libros. Generalmente el rosarino no tiene buenas bibliotecas personales. Algunos tienen cien libros o más, pero ediciones baratas, limpias y ordenadas como si fuera ordenar autitos en una biblioteca. Uno se da cuenta que no leen, una biblioteca muy ordenada es la biblioteca de alguien que no lee libros.
El rosarino no sabe mucho de libros, no conoce de ediciones y para el lector común una primera edición da lo mismo que una edición décima. El lector común no busca buenas traducciones y no se interesa por los grabados del libro. El lector común simplemente compra lo que dice la internet o ve en las redes sociales o escucha por ahí una recomendación.
Las once mil vergas de Apollinari para el lector común es un libro con una «mala palabra». No puede distinguir estética, estilo y creatividad. Eso no funciona en su mente, no le interesa.
Hay un libro muy interesante para tener muy en cuenta, «Nueva Historia Universal de la Destrucción de Libros», de Fernando Báez. Me sirvió mucho ese libro para armar el segundo capítulo de mi libro. Y otro libro muy interesante para leer es «La Biblioteca de Alejandría», de Marcos Jaén Sánchez, de Gredos. Otro libro muy interesante y que me sirvió mucho para mí segundo capítulo es «Libros que han cambiado la Historia», una edición en inglés escrito por varios autores coordinados por Michael Collins.
Fueron muchos libros a lo largo de mi vida que fueron nutriendo mi libro de librerías de Rosario. Mi segundo capítulo fue armado de un tirón, como si fuera una clase de historia antigua a alumnos universitarios. Es el capítulo más lindo para mí, porque es mi especialidad la historia antigua y medieval.
Un libro que recomiendo es «Atlas Histórico de la Cultura Medieval», editado por Roberto Barbieri. Primera edición 2007, San Pablo Ediciones. Y «Sociología de la Cultura Medieval», del alemán Alfred Von Martin; Editado por el Instituto de Estudios Políticos de Madrid. Año de Edición 1970. Un libro excelente y que no se consigue y que no se volvió a editar, o no llegaron ediciones nuevas a la Argentina. El libro «Historia de Roma» del italiano Indro Montanelli publicado en 1952 es uno de los mejores trabajos sobre Roma y su cultura, religión y política. En ese libro pude enterarme que los cristianos vendían rollos en mercados y la calle, una forma de librerías de viejo de la antigüedad. Por supuesto, leí todo lo que hay que leer de Cicerón. Y el magnífico libro de Tom Holland, Auge y caída de la República de Roma. Estos libros fueron fundamentales para escribir el segundo capítulo.
Mi libro de Librerías de Viejo de Rosario es un libro muy personal. Sé que eso no vende, no gusta y no es atractivo para el lector común que está acostumbrado a la internet y a las redes y si es más viejo conoce la historia antigua por Anteojito o los documentales de TV. Aparte hay una realidad, mi generación es obsoleta para el pensamiento robótico del Siglo XXI.

Un libro personal no vende nunca. Pero también un libro sin apoyo de los medios y del Estado no puede vender ni un libro. Yo vendí 120, eso ya es un logro que para otros no lo es. No soy famoso. No lo seré nunca. No me interesa el reconocimiento. Pero sí me interesa escribir lo que quiera sin presiones de editores ni de lectores.
Es la cultura de la internet donde todo el mundo navega y saca información berreta y no le interesa otra cosa que opinar sobre temas que no conoce. Las redes sociales están pobladas por la ignorancia, la misma ignorancia que puebla la vida cotidiana de las ciudades del Siglo XXI.
Mi libro no es un libro de Historia ni un manual ni un libro complaciente con los libreros y el lector. No me interesa el aplauso. No me interesa agradar a nadie.
No están todas las librerías de Rosario. No están todos los libreros. Están las que yo recorri, y no me lo contaron. El quinto capítulo hablo de Walter, uno de mis amigos más cultos y merecía estar ahí.
No hay malas palabras en mi libro de librerías. Ni narraciones de sexo. Me quedé con ganas de contar algunas cosas que por pudor no dije, como cuando en una librería de viejo conocí a la hija de un librero e íbamos a un telo de la Terminal porque ella tenía novio y yo novia. El padre era un miserable que engañaba a los compradores metiendo libros rotos en bolsitas. Este tipo me inspiró un capítulo del libro. Nunca se enteró que me acostaba con la hija y su esposa.
Las librerías de viejo de Rosario, un libro que había de libros porque mi pasión son los libros.
Se viene la segunda edición revisada y aumentada con tres capítulos más y amplia bibliografía.