POR ALBERTO CORTES
Desde hace 75 años –al menos– se viene librando en Palestina, una guerra con altibajos, que enfrenta a la inmigración judía -convocada a esa migración por el movimiento sionista, y que llegó a constituirse en un Estado (Israel)-, y sus aliados (EE.UU. principalmente); y los palestinos que ocupaban previamente el territorio, despojados en muchos casos de sus tierras (proceso aún en curso); sin que se les haya permitido constituir su Estado propio (como estaba previsto en la Resolución 181/1947 de la O.N.U., la misma que creaba Israel), y las fuerzas que se solidarizan con sus reclamos.
En ese marco, el 7 de octubre pasado, Hamás lanzó un ataque contra el lindante sur de Israel, asesinando a más de 1.200 personas y secuestrando a más de doscientos rehenes. Hamas es la fracción de la resistencia palestina que gobierna la Franja de Gaza, una de las áreas de la antigua Palestina teóricamente destinadas a la conformación del Estado Palestino; siendo Cisjordania, gobernada por Al Fatah, otra; además de Jerusalén Este.
El Gobierno Derechista de Benjamín Netanyahu, en alianza con sectores ultraderechistas y religiosos aún más fanáticos que él, venía de un período de cuestionamientos, con grandes manifestaciones callejeras del sector de la población judía que resiste los intentos del Gobierno de reducir facultades del poder judicial que ponía límites al sesgo autoritario y predominio religioso y sectario. Pesan además sobre Netanyahu, acusaciones de corrupción que, si no lo han llevado todavía a la cárcel, es por la inmunidad de la que goza mientras dure su cargo de Premier, y su sostén: la guerra.
El ataque de Hamas evidenció las fallas de la seguridad israelí, de cuya infalibilidad se jactaba el Gobierno. Aunque –paradójicamente-, el paso automático del país al modo guerra puso en pausa los cuestionamientos internos. Tanto los que venían de antes, como las críticas a las falencias en seguridad que ahora se agregaban.
Mientras la Etnocracia (mal llamada Democracia) Israelí, siempre ha promovido la emigración de judíos (preferentemente europeos) hacia ese país; los avances autoritarios de los últimos años y otras causas, venían haciendo aumentar los que emigraban desde Israel y disminuir los que lo hacían hacia allí. Ahora se suman más razones.
La tradicional política Israelí, de mostrarse militarmente superior a cualquier fuerza que se le opusiera (política que ya ha tenido sus chascos, como el retiro del Líbano, corridos por Hezbollah, en 2006); sumado al carácter belicista y ultraderechista del actual Gabinete Israelí; preanunciaban una respuesta draconiana al ataque de Hamas. En el Gabinete no faltan Ministros que corran por derecha a Netanyahu. El de Defensa Yoav Gallant afirmó: «Ordené un asedio total sobre la Franja de Gaza. No habrá electricidad, ni alimentos, ni gas, todo está cerrado. Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia». El de Patrimonio llegó a considerar la posibilidad de usar bombas atómicas.
El ataque aéreo y terrestre a la Franja de Gaza ya ha producido más de 35.000 muertos, en su abrumadora mayoría civiles, más de la tercera parte niños, ha incluido numerosos ataques a hospitales, escuelas y destrucción de la mayoría de las viviendas; a lo que se suma un cerco aún mucho más asfixiante sobre toda la región, que el que ya Israel venía ejerciendo, como castigo a la población por haber votado a Hamas en las elecciones de 2006, y desde entonces. Comprende el asesinato por las tropas israelíes de trabajadores de organizaciones humanitarias, en vehículos perfectamente identificados y con movimientos preavisados a los atacantes. Otro ataque similar fue contra un convoy de ambulancias que trasladaba heridos a Egipto, con saldo similar. 103 periodistas han sido asesinados: Israel prefiere que no haya testigos molestos y estimula que muchos de ellos se limiten a transcribir desde los hoteles sus partes de prensa oficiales.
Muchas características de la operación, como la quema de viviendas que ya estaban abandonadas y la destrucción de toda infraestructura, evidencian la intención de dejar Gaza como territorio “invivible”, para profundizar la limpieza étnica comenzada en 1948, en especial ahora que se han descubierto valiosos yacimientos de gas en la zona.
La cuestión de los rehenes tomados es otra cuestión espinosa: Cerca de la mitad de ellos han sido liberados a través de acuerdos con Hamás, muchos mediante canjes por palestinos detenidos, la mayoría de ellos en cárceles israelíes sin que se les hubiera formulado cargos ni pruebas en su contra: Las leyes de ese país permiten la detención en esa situación por períodos de seis meses renovables, habiendo casos de 8 años prisioneros así, y hasta menores de 12 años incluidos. La afirmación gubernamental de que la ofensiva permitirá liberar a los rehenes está desmentida por el número muy pequeño de los que fueron rescatados por la fuerza (sólo 2), y en cambio bastantes más asesinados por las propias tropas de la Fuerza de Defensa de Israel “por error” o muertos en los bombardeos. Esta situación genera tensión entre Netanyahu y los familiares de los rehenes, que piden priorizar su rescate.
Sudáfrica –que recuerda bien la colaboración del Estado israelí a los genocidas del régimen del Apartheid sudafricano hasta su último momento, cuando ya hasta EE.UU. había dejado de apoyarlos- presentó ante la Corte Penal Internacional una denuncia por genocidio en su contra. La Corte ya ha aceptado la demanda, considerándola “plausible” (en contra de los alegatos israelíes), y ha ordenado medidas cautelares que no fueron acatadas por el Estado acusado. Hay preocupación en el mismo, por la posibilidad de que se emita una orden de captura contra el Premier y otros jerarcas, lo que desgastaría aún mucho más el relato de ese país ante el mundo. Ese relato, basado en el derecho de Israel “a defenderse”, mediante acciones que ya han claramente mucho más que sobrepasado la proporcionalidad de una defensa; es apoyado por la mayoría de la población israelí de origen judío (consolidada esa opinión por una férrea censura y represión interna que castiga con la cárcel la menor expresión de disidencia); pero ha perdido, como nunca antes, su verosimilitud ante el mundo.
Para Amnistía Internacional: “las iniciativas de varios Gobiernos Europeos para reprimir la expresión y las protestas ante la violencia sin precedentes en Israel y los Territorios Palestinos Ocupados parecen pensadas para … amordazar la disidencia …, han prohibido protestas de Solidaridad con el Pueblo Palestino y han hostigado y detenido a quienes expresan —en público y en Internet— su apoyo a los derechos de éste. ..Se ha advertido a personas extranjeras de que podrían ser deportadas … y las autoridades han apoyado medidas de entidades empleadoras de despedir a quienes se expresen en favor del pueblo palestino… los Gobiernos Europeos han empezado a emplear un truco que hemos visto antes: mezclan el apoyo a los Derechos Humanos de la población Palestina con el apoyo al terrorismo”. Para el Eurodiputado Manu Pineda, desde la época del Nazismo no se veían políticas similares en Europa.
Otra Eurodiputada, la irlandesa Clare Daly criticó duramente la cobertura de la prensa europea sobre la Franja de Gaza, acusándola de tener un claro sesgo hacia Israel: «minimizan implacablemente el genocidio israelí», «Nuestros medios dan nombres a los [muertos] israelíes, los palestinos son estadísticas», agregó.
A pesar de todo ello, se han producido manifestaciones en varios países europeos, que llegaron al millón de personas en Londres. Y el movimiento ha alcanzado una de sus expresiones de mayor visibilidad en los acampes y protestas de estudiantes y profesores de numerosas universidades de los EE.UU., reprimidas y con miles de detenidos, en un movimiento que se opone principalmente al apoyo militar que los Presidentes Norteamericanos y en particular el actual han dado y dan a Israel, esencial para su aparato bélico (No hay que olvidar que Biden, siendo senador dijo que si Israel no existiera, los EE.UU. deberían inventarlo, porque es el defensor de los intereses norteamericanos en la región). El actual y creciente Movimiento Universitario Norteamericano recuerda al desarrollado durante la Guerra de Vietnam, que fue uno de los factores decisivos para obligar al país a retirarse de allí y, en definitiva, terminar de perder esa guerra.
Dado que los EE.UU. es asiento de la mayor colectividad judía fuera de Israel (aunque es completamente distinto ser judío, una cuestión étnica, a ser sionista, una definición política), es natural que se hayan intentado contraponer a algunos de estos acampes universitarios, otros pro Israel. El lobby sionista en los EE.UU. es extremadamente poderoso. Se ha desarrollado y organizado durante décadas y es decisivo en la política exterior norteamericana. Tiene un peso tal que más de la mitad de los estados han aprobado leyes que obligan a las personas y empresas que van a firmar contratos de empleo u otros, a firmar un compromiso de que no adherirán a un boicot contra Israel. Lo ilustra el caso de la fonoaudióloga texana de Austin, Bahia Amawi, que fue dejada cesante, tras 9 años, por negarse a firmar ese juramento. Es decir: En gran parte de EE.UU. se obliga a un juramento de lealtad, no al Estado donde se trabaja, no a los EE.UU.,…. ¡sino a Israel!
Colombia rompió relaciones con Israel, en repudio al Genocidio, sumándose a varios otros países Latinoamericanos que ya lo habían hecho, y países como Brasil, Chile y Honduras también tomaron firmes posiciones al respecto.
Los defensores de la política israelí, pretenden confundir la política de Solidaridad con el Pueblo Palestino y la crítica al Sionismo, con el “Antisemitismo”. Exceptuando pocos casos aislados, los movimientos que han tomado envergadura mundial a favor de Palestina, se diferencian claramente del antisemitismo y de cualquier racismo. Al revés: No son pocos los casos históricos en los que el Estado de Israel ha coincidido con regímenes racistas e incluso ha convergido con sectores abiertamente Nazis, como durante la Dictadura de Pinochet, apoyada tanto por los nazis de la Colonia Dignidad, como por ese Estado (si bien con contradicciones). El escritor judío Norman Filkenstein, en su libro “La industria del Holocausto: la explotación del sufrimiento de los judíos” denuncia los mecanismos mediante los cuales –entre otros objetivos– se busca inmunizar la política del estado de Israel contra toda crítica.
La tensión en Asia Occidental (mal llamada “Medio Oriente”, siendo que es Oriente sólo cuando se la mira desde Europa. Mirada desde China o Japón, en cambio sería “Occidente”) se ha incrementado notablemente a raíz de esta invasión, no sólo en Gaza: Desde Yemen, que controla la entrada al Mar Rojo, vital para una parte sustancial del comercio mundial, los Hutíes gobernantes han lanzado misiles contra barcos que entran a ese Mar destinados al comercio israelí. A más de los barcos que han impactado, han hecho que muchos otros desistan de esa ruta. Irán controla además la entrada del Golfo Pérsico: Si el conflicto se extendiera y agudizara, ambos países podrían cerrar las dos principales rutas marítimas del petróleo mundial. En el norte de Israel, en la frontera con Líbano, se hicieron más frecuentes los choques e intercambios de misiles y artillería con Hezbollah. En Cisjordania aumentaron los asesinatos de palestinos por las tropas israelíes y por paramilitares (llamados “colonos” por la prensa hegemónica). También se han producido decenas de ataques contra las bases que EE.UU. tiene ilegalmente en Siria e Irak.
Israel bombardeó el consulado iraní en Damasco, Siria, asesinando a varias personas, algunas con cargos importantes en Irán. Además de esa violación de la Soberanía Siria y de los tratados de protección de áreas diplomáticas, Israel ya había realizado en los años precedentes bombardeos en instalaciones en Irán, asesinado a varios científicos y a otras personas dentro de ese país a través de sus servicios de inteligencia (aunque esto no fue reconocido oficialmente), sin que hubiera grandes reacciones. El ataque al consulado fue la gota que rebalsó el vaso. Esta vez Irán lanzó un ataque masivo con drones y misiles contra Israel. Según este país, su sistema de defensa antiaérea (en parte propio, pero combinado decisivamente con estructuras estadounidenses, de países vecinos y otros), paró la casi totalidad del ataque. Luego Israel lanzó otro contra Irán, que tampoco produjo grandes daños. El resultado militar de ambos ataques fue muy menor y ambos países se dieron por satisfechos por haber respondido. Pero el mensaje político fue claro: Irán no va a seguir tolerando ataques israelíes a su soberanía sin responder.
Después de haber forzado la evacuación de la población de la mayor parte de la Franja hacia el Sur de la misma, afirmando que la ciudad de Rafah, allí ubicada, y lindera con Egipto, era “zona segura”; Israel pretende (y de hecho ha comenzado) atacar a esa ciudad y conmina a evacuar a unos 100.000 civiles de algunos barrios. Esto excede a tal punto todos los límites, que hasta el propio Biden dijo que suspendería la entrega de ciertos armamentos a Israel, si este atacaba Rafah.
En las Naciones Unidas, se planteó el reconocimiento pleno del Estado Palestino (pendiente desde 1948). Primero en el Consejo de Seguridad: 12 miembros apoyaron, 2 se abstuvieron y uno sólo votó en contra. El problema es que ese único voto en contra es de EE.UU. que tiene poder de veto. Luego, en la Asamblea General, 143 votaron a favor, 25 se abstuvieron y hubo 9 votos en contra (EE.UU., Israel, Argentina, entre ellos). Algunos países, como España, por otro lado, dijeron que pronto reconocerán al Estado Palestino de pleno derecho.
El Genocidio cometido por Israel en Gaza, contradictoriamente, está produciendo el avance del reconocimiento de los Derechos y del Estado Palestinos en el mundo. Pero como dijo el Presidente Petro: “Solo los niños israelíes dormirán tranquilos si duermen tranquilos los niños palestinos”.