EL NARCOTRAFICO Y SUS VERDADEROS PROMOTORES

POR ALBERTO CORTES

El Tabaco produce unos ocho millones de muertes anuales en el mundo, de los cuales un 15% son de personas que ni siquiera fuman. Las muertes por sobredosis de cocaína son, en cambio, alrededor de las seiscientas mil anuales, menos de la décima parte de las primeras.

Si el comercio de cocaína está prohibido en todos los países, supuestamente en defensa de la salud pública, se cae de maduro que la venta de cigarrillos debería estar aún mucho más rigurosamente impedida, por similares razones.

Cabe preguntarse si esta sería una buena medida. ¿Cuáles serían sus consecuencias? No hace falta hacer política-ficción al respecto. La Humanidad tiene dos largas y muy ilustrativas experiencias similares:

Hasta 1914 la venta de cocaína y otras sustancias era libre (China había intentado a mediados del siglo XIX prohibir el opio, pero Gran Bretaña primero y esta potencia junto a Francia después, le habían hecho y ganado dos guerras, para obligarla a aceptar el comercio de opio y de paso convertir al país en la semicolonia que fue hasta la Revolución China, en el siglo XX). 

Hasta 1937, lo mismo con la marihuana. En los EE.UU., en esas dos fechas, se prohibieron esas sustancias, por motivos vinculados a la xenofobia hacia las comunidades extranjeras a las que se asociaba con ellas: Las primeras con los asiáticos inmigrantes en masa hacia la costa pacífico de los EE.UU., después de que éstos masacraron al pueblo filipino para impedir la independencia total que los mismos yanquis les habían prometido cuando forzaron su propia intromisión en la guerra de independencia de Cuba, con la finalidad de apoderarse de varias de las antiguas colonias hispanas. La prohibición de la marihuana – falsificación de informes científicos mediante– se hizo asociándola a los mexicanos que llegaron a EE.UU. en los años siguientes a la Revolución Mexicana.

En las décadas siguientes, el país del norte fue logrando que su prohibición de las drogas se extendiera al resto del mundo.

La otra experiencia también tuvo lugar en EE.UU. y –a diferencia de la anterior, en la cual aún estamos plenamente inmersos– ya concluyó.
La terminó el presidente Franklin Roosevelt, al asumir en 1933 y cumplir su promesa de campaña, derogando la “Ley Seca”. Era la prohibición de la producción, importación y venta de bebidas alcohólicas, vigente desde 1920. El consumo de alcohol y el alcoholismo en definitiva no bajaron significativamente, pero lo que sí cambió radicalmente fue la forma de comercializarlo: De comercios a mafias.

En base a estas dos experiencias reales, podemos suponer, con bastante aproximación, lo que acarrearía una eventual prohibición de una droga indudablemente tan destructiva como el tabaco:

Su producción dejaría de ser realizada por empresas como la British American Tobacco, Phillip Morris International y otras, que – aunque no son ángeles -, no se conoce que estén asociadas con niveles de violencia como los del narcotráfico.

Obviamente que los fumadores no dejarían de serlo, pero estarían dispuestos a pagar sumas muy superiores a las que hoy abonan, por los cigarrillos ilegales.

El negocio de producirlos se volvería clandestino, pero la rentabilidad del negocio crecería exponencialmente para quienes estuvieran dispuestos a correr los riesgos, quienes serían seguramente –como ocurrió en las experiencias ya vividas– delincuentes antes dedicados a transgresiones menores, pero sobre todo no tan redituables económicamente.

El poder económico de estas bandas crecería sideralmente y estarían en condiciones de sobornar a policías, jueces, políticos. Esto les resultaría además imprescindible porque sería imposible mantener miles de kioskos para distribuir cigarrillos a todos los fumadores, sin la complicidad policial y de otros estamentos estatales. Podrían comprar sin problemas armas de gran poder (y helicópteros, como el de Alvarado). En las zonas aptas para el cultivo del tabaco, los campesinos se verían obligados a optar entre producir alimentos mal pagos o tabaco –mucho más rentable-, con el agregado de ser amenazados muchas veces por las mafias, ahora “tabacaleras”, para cultivar tabaco y no alimentos. Ausente todo control estatal de calidad, no faltarían adulterantes de todo tipo y envenenamientos masivos por fumar esos productos.

En las etapas en que todo el negocio no estuviera monopolizado por una sola mafia en un territorio –situación muy poco frecuente cuando el territorio es el mundo-, las bandas pujarían entre sí por el dominio. Y no lo harían mediante los métodos relativamente pacíficos de la tradicional competencia comercial entre empresas de un mismo rubro, sino que –al estar ya de entrada todos los involucrados fuera de la ley– no tendrían reparos en cometer homicidios y masacres de cualquier nivel, en defensa de las elevadísimas ganancias, contra sus competidores y contra los funcionarios estatales que rehusaran recibir sobornos (“Plata o Plomo”). Amén de periodistas molestos. Además, no tendrían escasez de fondos para pagar asesinos profesionales.

Todo esto es exactamente lo que ha ocurrido – y ocurre – en el planeta con la prohibición de drogas como la marihuana, cocaína y otras; y que había sucedido antes en EE.UU., con el alcohol. Con el agregado de que la producción y el consumo no se han reducido, como consecuencia de la prohibición, sino exactamente todo lo contrario: Sólo entre 2014 y 2020, más que se duplicó la producción de cocaína, según la O.N.U. La Humanidad ha tropezado ya dos veces con la misma piedra, y la segunda vez, sigue atascada allí.

La “Guerra a las Drogas”, impulsada por EE.UU., ha “fracasado”, si suponemos ingenuamente que su objetivo alguna vez fue preservar la salud pública de los estupefacientes. Hace poco, el principal impulsor de su capítulo mexicano más sangriento, el ex Secretario de Seguridad del ex presidente Calderón, Genaro García Luna, fue condenado en EE.UU. por narcotráfico: En realidad la declaración de esa guerra a las drogas por el Estado mexicano encubría la alianza del mismo con el Cartel de Sinaloa (del “Chapo” Guzmán), para sacar de la competencia al Cartel del Golfo. Costó a la nación azteca centenares de miles de muertos.

La excusa del narcotráfico y el “narcoterrorismo”, sirven a los EE.UU. para introducir militares y todo tipo de agentes en otros países supuestamente soberanos, argumentando que lo hacen para ayudar a combatirlos.

Hace 5 años, el ex presidente Jimmy Carter dijo que los EE.UU. son «la nación más guerrera de la historia del mundo», “durante los 242 años de su existencia, Estados Unidos ha estado en paz sólo durante 16 años”. Tienen el presupuesto militar más alto del mundo, que no cesa de crecer, y que alimenta al “complejo industrial-militar”, de intereses económicos contra los cuales advirtió otro ex presidente de ese país, un general: Dwight Eisenhower.

Necesitan por ello tener siempre enemigos disponibles, que justifiquen la política guerrerista y armamentista y la intromisión en los lugares más recónditos del planeta. Sobre todo, tras la desaparición de la U.R.S.S. –el enemigo y excusa perfecta durante 70 años– han tenido siempre varios enemigos hipótéticos a mano, que en general –cuando no son de su propia fabricación– son alimentados y engordados desde Washington, para tener con quien guerrear. La droga es uno, pero hay otros: Con relación al apoyo de los EE.UU. a grupos terroristas en Siria, el congresista norteamericano Matt Gaetz dijo: «Damos armas a estos llamados ‘rebeldes moderados’, lo que de verdad percibí como un oxímoron, y resulta que no son tan moderados».

John Ehrlichman, asesor de Nixon (el autor de la “Guerra contra las drogas”), reveló en 2016 que la guerra contra las drogas en sí misma fue diseñada para apuntar a los negros y los “hippies”: “La campaña de Nixon en 1968, y la Casa Blanca de Nixon después de eso, tenían dos enemigos: la izquierda antibelicista y los negros. ¿Entendés lo que estoy diciendo? Sabíamos que no podíamos hacer ilegal estar en contra de la guerra o ser negro, pero haciendo que el público asociara a los hippies con la marihuana y a los negros con la heroína, y luego criminalizando a ambos severamente, podríamos perturbar esas comunidades. Podríamos arrestar a sus líderes, asaltar sus casas, disolver sus reuniones y vilipendiarlos noche tras noche en las noticias de la noche. ¿Sabíamos que estábamos mintiendo sobre las drogas? Por supuesto”.

Las regiones y países que se han planteado comenzar a salir del esquema prohibicionista, al menos con la marihuana (como el caso uruguayo), se han encontrado de inmediato que el sistema financiero (dominado mundialmente por EE.UU. y aliados), esteriliza sus esfuerzos, al bloquear y aislar de dicho sistema a cualquier farmacia que se preste a vender marihuana legal. Hasta el Banco de la República (estatal), está en esta trampa.

La lucha contra el narcotráfico debe darse. Seriamente, no como se hace hoy, encarcelando perejiles (y, en mucha menor proporción, algunos narcos, que siguen operando tras las rejas) ; sino apuntando a los eslabones financieros del negocio. Pero cualquier política que se limite a esto, sin comenzar además una discusión mundial que apunte a terminar con el esquema prohibicionista, como han pedido varios líderes mundiales y latinoamericanos, Gustavo Petro el más reciente y actual; está condenada a nuevas derrotas, cada vez más trágicas.

Derrotar u obligar al cambio de las nefastas políticas que emanan de Washington es absolutamente esencial para que no termine teniendo razón el impresentable Ministro de Seguridad argentino, Aníbal Fernández, cuando dijo que “LOS NARCOS GANARON”.

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